martes, noviembre 01, 2005

Los Pueblos Fantasmas de Los Altos

Claudia de la Torre, reportera de Televisa Guadalajara, se subió a una camioneta uno de esos buenos días en que los periodistas de la capital de Jalisco deciden cruzar la caseta de peaje en Tonalá. Y conocer Jalisco fuera de los barrios, de las calles atiborradas de automóviles, de las banquetas llenas de gente. Sería por cualquier razón que entonces llegó a San Gaspar de los Reyes y realizó un reportaje, luego una serie, a la que le llamó “los pueblos fantasma”.

Con cámara en mano y libreta de taquigrafía, decidió buscar personas a las 3 de la tarde, cuando el sol cae a plomo y hasta los perros buscan la sombra escurridiza de los pocos árboles. La mirada de la periodista buscaba en uno y otro lado de la calle, sin fortuna. Entonces le quedó claro: aquello no era la avenida Ávila Camacho, ni la calle Independencia, ni la calzada ni Plaza del Sol. Aquello era ¡un pueblo fantasma!
Y como quien descubre el fin del mundo, levantó el vuelo y se fue hasta las oficinas de la avenida Washington a entregar su trabajo. Había conocido pueblos fantasma en San Gaspar y en San José de los Reynoso. Le faltaban muchos otros.

El sentimiento de los alteños, de esos que viven entre las casas reforzadas con ladrillo nuevo –que se compran con dólares porque trabajo no hay para ganar pesos- quedó hecho una realidad. Motivado por esa frase de “pueblos fantasma”, los habitantes comenzaron a ver las intenciones del gobierno federal, de la administración de Ramírez Acuña, de la dirección del CEAS piloteada por Dau Flores: “ellos dicen que somos pueblos fantasma porque es más fácil inundar un pueblo que no tiene habitantes”.

Ahora, el fantasma ronda por los pueblos que están en la mira, inaugurando la puntería de una obra hidráulica que alcance los grifos de León, Guanajuato. Ese fantasma se llama dinero, mucho dinero, por carretilladas. Y los constructores, como quien pide al cielo encontrar un tesoro, ruegan a todos los santos que se haga una realidad la firma del cheque para comprar la pólvora, para pagarles a los camiones transportadores de grava y arena, para la adquisición del cemento, para la instalación de ductos que trasporten agua.
Acassico, Palmarejo, Temacapulín viven con miedo y esperanzados en que todo sea una broma. Levantan sus oraciones al altar y directamente al cielo, pero también se arman y quieren sentir que la vida se acaba lo mismo luchando que ahogados en 20 metros de agua. Ahí está ahora el fantasma. De esos que violentan la vida en el futuro. De esos que no saben lo que está costando ponerle piso a las casas, comprar la estufa, hacer el patio, resanar las goteras. Ese fantasma sabe sólo de precios comerciales y libros de catastro. Tiene una chequera y recursos federales, por montones, porque no hay futuro sin agua y no hay agua distinta a la que se mete en diques, para ahogar lentamente a quienes ven pasar el líquido del otro lado del cemento, exactamente como en Nueva Orleans.
El presidente Fox ya está muerto. Quedó colgado del único árbol que tiene Acassico en las cercanías del kiosko, junto al templo, por donde pasan igual los caballos, los perros, los carros y los transeúntes. En donde llegan los que vienen de California y los que se van a buscar secundaria para sus hijos en Yahualica. Ahí está Fox, aunque algún panista vino y le quitó la máscara al espantapájaros colgado del cuello, para no afectar la imagen del jefe del Ejecutivo. Según él. Pero todos saben quién es el monigote que tiene en la mano un litro de agua Ciel.
Los pueblos fantasmas de Claudia de la Torre sí existen, es posible verlos, y no se necesita un cazafantasmas ni videntes ni adivinos ni fuerzas extrasensoriales. Basta con llegar a las calles cuando el sol quema los brazos, atiza la cara, hace escurrir el calor por el cuerpo. Son pueblos con nombre, con pasado y… y ¿con futuro? Nadie sabe. Todos esperan que el futuro se vista de un color distinto al verde del ejército. Quisieran que la maldición se acabe, que la premonición sea un mal gesto y que no mande más nadie venido de fuera proponiendo diques en terrenos que no conoce.
Eso sí, cuando se trata de juntarse en la plaza, de platicar con los vecinos, o de hacer la peregrinación. Cuando se trata de escuchar misa, de cosechar los chiles de árbol o de irse a pescar al río, el pueblo fantasma se convierte en una algarabía, en una comunidad alegre, en la plenitud de los colores, en el regocijo de la vida, en la razón de ser. Y entonces queda claro lo que es el pueblo y lo que son los fantasmas.
El pueblo se llama Acassico, Palmarejo y Temacapulín. Los fantasmas: Vicente Fox, León Guanajuato, Enrique Dau y Francisco Ramírez Acuña. Ah, también se llama “la presa de El Zapotillo”.

Miguel Ángel Casillas Báez es Director Editorial de "El Diario de los Altos". Jalostotitlan, Jalisco.

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