viernes, noviembre 11, 2005

Nostalgia de Agua


¡Qué bueno que se murieron!, qué bueno que ya no están aquí para ver en lo que queda su recuerdo. Mi abuelo hablaba de olas y mi abuela de horas. ¡Qué bueno que ya no están aquí, de veras! Esto se fue poniendo feo hace mucho tiempo, cuando tú, abuelita, decidiste morirte para no ver lo que le está pasando al lugar donde comenzaste 35 años de amor no apresurado.

Recuerdo que siempre veníamos el primer fin de semana de agosto para celebrar su aniversario de bodas, este paseo lo seguimos haciendo incluso muchos años después de que se murió mi abuelo. En vez de misa o fiesta con los hijos y los nietos, cargabas con toda la familia a Chapala. Nos íbamos primero a comer a “La Chata”, y después pasábamos el día a la orilla del lago, escuchando la misma historia tuya de cada año, la misma canción Azul cantada por un trío del mismo color, mientras tus hijos comían charales con chile y limón, y tus nietos nos enlodábamos en la playa, dando poca atención a tus suspiros, y, si estaba nublado, a tus lágrimas.

Muchas veces me contaste la historia de cuando tú y mi abuelo se casaron, fue un día de sol de agosto por la mañana, porque no había dinero para casarse en la tarde, y al mediodía tomaron el tren a Chapala. Llegaron al hotel Nido y ahí estuvieron tres días con sus noches, y cuando el dinero no dio para más regresaron a Guadalajara. Pero con eso bastó, según contabas, Lupe, para hacer al primero de mis tíos que murió casi al nacer. Ahí empezaron tus dolores, entonces comenzaste a contar las horas, cuando nació el primero de los Carlos y se te murió casi luego luego. No hay nadie que nos diga cómo era el niño, ni siquiera tú Lupe nos pudiste decir a quién se parecía. Pero me imagino que si lo hicieron en Chapala, ha de haber tenido los ojos verdes o azules, como los ojos del Lago, como los ojos de mi abuelo, y si se murió tan chiquito, de seguro que su piel también fue color de lago.

¡Qué bueno que se murió también el primer Carlos! él sí entendió que todos hablaríamos de que cuando él nació el lago todavía hacía ruido de olas, y los pescadores todavía regresaban con sus redes cargadas de promesas a los que se quedaban esperando en la orilla. Qué bueno que se murió y no tuvo tiempo de ver tanta arena, qué bueno que no vivió para compartirnos su nostalgia de agua.

¡Qué bueno que se murieron todos!, qué bueno que ya no viene nadie a evocar amores o hijos perdidos. Mis abuelos ya no tienen olas ni horas que contar en este lugar y yo ya no tengo historias que recordar. El lago se lleva todo, olas, horas, historias... Que se queden con él. Que los sueños que aquí empezaron aquí terminen. Que la nostalgia se guarde de los muertos y los muertos del agua en que anegaron su tiempo, que a nadie le gusta descubrir que el agua cede y en su nostalgia quedan sal, arena y sol.

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