miércoles, septiembre 10, 2008

Con la luz apagada

Aquí estás otra vez, como cada noche, esperando que apague la luz. Aquí estás. En alguna parte de esta habitación tus ojos se concentran en mis movimientos. Sabes que no quiero que me veas, que me paraliza el miedo a descubrirme ante ti cuando mi piel poco a poco vaya quedándose sola, indefensa, tensa ante el aire encerrado de la noche.

Ahora no me defiendo. No necesito armas ni armaduras. Me quedo sola con mi yo tan mío. Mi piel pierde su dimensión real y vuelvo a ser la misma pero nueva. Por eso estás aquí esta noche. Porque sabes que pronto me meteré bajo las sábanas para intentar resistirme a ante ti. Es cuestión de tiempo, lo sabes. Es cuestión de que este cuerpo tan mío, el que lucha en la vigilia, se quede dormido abandonando su trinchera. Entonces llegarás como ese amante sin rostro al que desde hace tanto tiempo estoy esperando.

Apago la luz. Mi cama me recibe. Siento el frío de las sábanas avanzando sobre mi piel desnuda. Agradezco el contacto. Tiemblo. En algún punto tus ojos siguen sobre la piel que voy cubriendo. Espero. No haces ruido. Sigues observándome, esperándome. Me resisto a dormir. No puedo abandonarme ante ti, no otra vez. Un leve movimiento. El viento entra por la ventana. Intento adivinarte. ¿En dónde estás? No importa. Has venido por mí. Estás aquí para recordarme que mi piel sigue siendo tuya. Me atormenta la idea de ti tan cerca. Sé a lo que vienes. Sé que eres el único que seguirá buscándome cada noche. El único que se recreará en mi cuerpo, que me acariciará de alguna manera que sólo tú y yo conocemos. Porque sé que te gusta acariciarme, pasearte por mi desnudez, sentir el vello, la humedad, la planicie y el abismo.

Eres lo más cercano a un amante. Me lastimas igual que aquel que dice amar. Sé que si me descuido dejarás tus huellas sobre mi piel y pensaré en ti por la mañana, y conforme pasen las horas, el día, será peor porque mis dedos buscarán tus huellas y mi mente revivirá una y otra vez tu presencia constante. No puedo abandonarme todavía. Si por fin cierro los ojos, volverás a tomarme como otras noches y pasaré días y días tratando inútilmente de borrar tus arrebatos de sangre y piel… Como he intentado borrar otros desvelos, otras palabras, otros dolores… Como un amante viejo, tú marcas mi piel de la misma manera distinta.

Sé que estás cerca. Por más sigiloso que seas, ahora estás más cerca de mí. Tal vez seas esa sombra que acaricia mis pies… el eco de una mano que se posó hace siglos sobre la cara interna de mis muslos y que ahora es tan solo un bosquejo añejo… O tal vez sólo seas la huella tibia de un aliento sin nombre que recorrió mi cuello y me obligó a llevar el cuello alto durante varios días hasta que la pasión volvió a ser discreta y mi cuello, mi mente quedó en libertad otra vez…

Estoy cansada. Enciendo la luz. Te me escapas. Eres de la noche, la obscuridad es tu manto, tu refugio, tu guarida. Espero con la sábana y mis brazos cubriendo mis senos desnudos, como una virgen que teme descubrirse ante otros ojos que no sean los de ella. Espero. Mis párpados cansados imploran mi renuncia. No hay nada que perder pero resisto. Quiero ver si en un descuido te descubro mirándome, rondándome… Es inútil.

Vuelvo a apagar la luz. Me recuesto y me aferro a mi almohada como si ella pudiera protegerme de ti bajo la sábana. Por fin cierro los ojos. Mis dientes chocan entre ellos al sentirte tan cerca de mi oído. Mis estandartes están plegados. Retiro mis tropas. No habrá resistencia. Voy a dormir.

martes, septiembre 02, 2008