martes, junio 28, 2005

El privilegio de sorprenderse


Con los años, uno va adquiriendo diversas aptitudes y perdiendo otras, lo primero que uno puede aprender, por ejemplo es que la humedad genera frío, que el fuego quema y el frío enferma, que si nuestra madre se enojó por algún motivo en el que no tuvimos nada que ver, es preferible no acercarnos para que nos peine en ese momento, uno aprende a comunicarse oral y verbalmente, aprendemos hábitos malos y buenos, aprendemos a relacionarnos con las personas, con las cosas, con el clima; aprendemos a defendernos, a controlarnos, a sobrevivirnos en un periodo de aprendizaje lento y continuo, que siempre lleva su cuota de dolor, cómo no.

Aunque también perdemos cosas, tal vez más de las que en este momento podría empezar a citar; lo que sí me queda claro es que lo primero que se pierde, una vez que entramos en la escuela y que comenzamos a hacer tareas en cuadernos y hojas más que allá afuera, en los parques, las calles, etc., es, sin lugar a dudas, el don de sorprendernos. Más tarde o más temprano, las tormentas, los relámpagos, el viento meciendo los árboles, el canto de los pájaros, el nacimiento de una nueva flor, el sabor de una comida desconocida, van quedando como algo que ya está dado, que no tiene por qué llamar siquiera nuestra precaria atención. Entonces nos concentramos en lo importante: que el despertador suene a tiempo, o cuando menos suene para levantarnos; en que haya agua caliente para bañarnos, en que la cafetera tenga siempre café, en tener la ropa limpia, la casa limpia, limpiecitis aguditis pa todo y por todo. Se nos empieza a olvidar el placer que era jugar beisbol en el patio de la casa improvisando las bases con cojines robados de la sala, y si llovía era tal vez mejor, porque "barrerse" era como sentirnos lanchas atravezando "a gran velocidad" un lago, provocando una estela de agua que a nosotros nos parecía enorme, maravillosa, genial; entonces no teníamos manías de limpieza, de puntualidad, de responsabilidad, ¿éramos más felices?...

El sábado pasado me fui a dormir al campo, creo que soy de los pocos afortunados que tienen ese privilegio: escaparse por unas horas, por unos días al campo y dejarse llevar por el espontáneo campirano. No soy una mujer de aventuras extraordinarias, no, mis gustos son más simples, menos extrambóticos. Hace 32 años mi padre construyó una casa en el campo, es una casa grande, bonita, en donde cabemos normalmente 50 gentes sin molestarnos; las indicaciones que recibió en aquel momento por boca de mi abuela fueron: "hazme una casa de campo pero con las mismas comodidades de mi casa en la ciudad" y así lo hizo. Pues el sábado nos fuimos a dormir para allá con casi toda la familia. Por la noche los bichos del campo se sintieron atraídos por la luz artificial, un enjambre de moscos, palomillas, mayates y más insectos voladores, estuvieron dándonos vuelta durante la reunión, chocando con nosotros, paseándose por nuestras cabezas. La situación, para alguien tan citadina como yo, era realmente molesta, hasta que algo llamó mi atención: a no más de 4 o 5 metros una luciérnaga iba siguiendo la ruta que sólo su luz nos trazaba. En seguida llamé a mis sobrinos, una camada de chiquillos entre los 12 y los 2 años acudieron a ver la luciérnaga, la atrapamos y la pusimos en un vaso de plástico; entonces recordé que cuando era niña mi padre nos hacía lámparas de luciérnagas con todas las que mi hermana y yo atrapábamos en el campo; organicé a los escuincles y les propuse la idea, de inmediato se pusieron en marcha y lograron atrapar un total de 25 luciérnagas que fuimos metiendo en una bolsa de plástico negra.

En algún momento de esta aventura, nos dimos cuenta de que las luciérnagas, espantadas por el ir y venir de los niños, se habían empezado a elevar, sugerí que apagáramos la luz un rato y que nos quedáramos quietos para ver si volvían a bajar y retomar la empresa. Apagamos la Luz.

La hija sorprendida por la obscuridad, volteó hacia arriba como buscando la luz y encontró el cielo estrellado. Su grito de gozo fue tal y tan grande que a mí se me salieron las lágrimas. A los dos años mi niña descubrió las estrellas, su brillo, su belleza y me conmovió infinitamente, en su medialengua les empezó a cantar a las estrellitas, bailó siempre mirando hacia el cielo, siempre quedando bien con ellas, su descubrimiento, sus estrellas, su noche.

Las luciérnagas fueron liberadas en una especie de ceremonia realizada por los niños, les desearon buenos deseos y las soltaron a todas una vez que hubieron jugado con su lámpara de luciérnagas por unos minutos. La satisfacción fue tan grande que todavía el domingo por la tarde me preguntaban si la próxima semana podíamos volver a jugar a atrapar luciérnagas.

Todo este rollo, nada más es para compartir que en un fin de semana que parecía rutinario, me sucedieron dos cosas extraordinarias: me puse a jugar, a correr, a reírme como si fuera una niña, y descubrí las estrellas por los ojos de mi hija; y las dos cosas fueron realmente maravillosas.

lunes, junio 27, 2005

Regresando a Galeano

Uno de mis escritores sociomágicos favoritos es el uruguayo Eduardo Galeano; hace algunos años leí un texto que he tomado en ocasiones como una bendición en mi vida, en el cual Galeano comenta que en una taberna madrileña hay un letrero que cita "Se prohibe el Cante", así como en un aeropuerto braisileño hay otro letrero que cita "Se prohibe jugar con los carritos portaequipajes" y termina el texto con una frase más o menos así "Qué bueno que todavía hay gente que canta y que juega".

Hoy, de regreso de la guardería de mi hija, descubrí, por absurdo que parezca, que en el centro de la colonia de el Country, en las calles de Mar Rojo y no sé qué otro mar, hay un parquecito con una fuente pegásica muy "mona" en el centro, el chiste quedaría en eso, en que es una fuente "mona" en un parque ubicado en una colonia "inn" de la ciudad, el problema o la bendición es que en una de las esquinas del parque hay un letrero que cita "Se prohibe extrictamente jugar en las áreas verdes".

Bienaventurados los que todavía tienen la suerte de jugar sobre el pasto, de grabar su nombre en los árboles, de ser niños en una ciudad de adultos.

Guadalajara state of mind

Un estado mental es la ciudad en la que vivo, a veces me pesa demasiado, otras la siento cómplice y en ocasiones a penas si me percibo parte de ella. Despertar con lluvia de fondo, la casa en silencio, la gotera de las escaleras siempre precisa, siempre oportuna el 24 de junio; me han anunciado hoy por la mañana que viene el estado de sopor más profundo del estado mental que a veces es Guadalajara, sobre todo cuando está mojada, lluviosa, los ruidos atenuados por la humedad se desplazan lentamente, como si sintieran pereza por llegar a mis oídos. Guadalajara se pone lenta, sobria, serena cuando llueve, porque sus lluvias son suaves, chingativas, acertadas; a veces se ponen violentas como una falta de respeto; pero hoy está lloviendo suavecito, de a quedito, como con flojera... en ese mismo estado me desperté hoy, con ganas de ir chingando de a poquito, a quien se deje, nomás por chingar tantito...

Y esto del State of Mind, no es algo fortuito, ni quiero cambiarle de nombre a Jalisco, ni cosa por el estilo; es solo que hay canciones a uno le pesan en el alma, y si New York volvió a ser inmortalizada en no sé qué década por el cantante Billy Joel, con su "New York State of Mind", yo pienso no inmortalizar mi ciudad, pero sí hacerle un homínido homenaje por su sopor, por la precisión de sus lluvias, por dejarme lo que no tengo.

Elegantemente aturdida

La escena es sencilla: 3 mujeres en la cocina preparando la cena, 1 botella de vino tinto abierta y varias más en lista de espera; buena plática, buena sazón, buena razón para festejar un cumpleaños espaxicano. La primera botella, la abierta, se terminó antes de que termináramos de preparar la cena, siguió una de blanco, la espera de los amigos, la plática, la risa, el cigarro.... Así la noche se nos fue, llegaron los que debían llegar, cenamos lo que debíamos cenar, tal vez en exceso, tal vez... y el vino siempre fluyendo entre las copas, entre las venas. A nadie le preocupó que fuera jueves, que habría que levantarse temprano y acudir a una conferencia el día de hoy. Cuando me levanté esta mañana el dinosaurio seguía aturdiendo mis precarios piensos matutinos, Lavinia despertó molesta y no paró de berrear hasta que nos subimos al carro para llevarla a la escuela... en un instinto de supervivencia bloquée el llanto que taladraba mis oídos, regresé a casa, tomé jugo de naranja, un sedalmerk, una taza de café caliente y cargadísimo y me vine al trabajo... ´son las 11:37 a.m. y mi demonio se está empezando a retirar. El meollo está en no perder el estilo, mantener la actitud, no pasa nada, no pasa absolutamente nada...

Voyeur

Dícese del que mira sin ser visto,
se llama así quien ve pero no moja,
su lema es se desnudan luego existo,
su Cristo aquel mefisto de Baroja.
Un ano es algo más que un agujero,
un mapamundi el plano de una teta,
la bruma es el plató del caballero
de la mano en la trémula bragueta.
Catedrático en áticos de Utrillo,
doctor en cines equis de barriada,
prismáticos de alpaca en el bolsillo.
Para echarse a llorar como un chiquillo,
basta que lo sorprenda su cuñada
sudando y con la pinga en cabestrillo.
Joaquín Sabina, Ciento volando de catorce, 2005.

Ciento volando de catorce

Es el título del nuevo libro de poemas del maestro Joaquín Sabina, poético poemario de poemas que representan el ir y venir de las letras sabinianas, sabínicas, oníricas. Desde la perfección del perfecto soneto hasta la imperfección del vocablo (con licencia y sin ella); me he ido involucrando desde mi adolescencia en las palabras del cantaor de Úbeda en Jaén.

A partir de una considerable dosis de ironía, algún que otro "ripio contra el mundo" y más sentido común del que pudiera parecer a simple vista, Joaquín Sabina ha elaborado un centenar de sonetos en los que se atreven a convivir desde reflexiones sobre la soledad en compañía -y viceversa- hasta historias con las esquinas y los bares de las noches madrileñas como protagonistas, pasando por recuerdos que encierran el extraño argumento del amor y su extensa retahila de efectos secundarios.

En un excelente prólogo realizado por un amigo o íntimo enemigo de Joaquín, Luis García Montero, nos describe al Joaquín poeta como alguien que comprende claramente las diferencias que hay entre un poema y una canción, y que sin embargo no le ha llevado a establecer rivaliades artísticas entre géneros, sino a conocer bien las exigencias íntimas de cada actividad, sus recursos y sus tentaciones. A Joaquín, comenta García Montero, le gusta "leer buena poesía y oír buenas canciones; y sabe cómo se elabora un buen poema o cómo se escribe una buena canción. La hermandad, termina, no implicaconfusión de caracteres".

Al leer Ciento volando de Catorce, me encontré el mundo de Sabina convertido en soneto, que durante años ha condensado sus soledades, sus indignaciones y sus alegrías en el domicilio particular de los 14 versos.
La pintura que Joaquín Sabina está haciendo de nuestra época es una melodía de doble filo, porque ilumina la soledad que hay en una sonrisa, el hogar que se esconde en una habitación de hotel, los pecados que arten en la firmeza de los puritanos, las mil ciudades que viven en cada ciudad, los mil y un abrazos que caben en un solo abrazo, el humo de las pasiones apagadas, las tabernas del mar, la espuma de las noches...
Y termino la perorata sábínica con uno de los sonetos de su ciento:

Con tan poquita fe

Los dioses callan, la canalla insiste,
El ying y el yang bordan el paripé;
El tiempo es un rufián, la carne triste,
Gran señor el plebeyo Mallarmé.

Ronca en mi cama la mujer que amo
Y que me ama, qué se yo por qué,
Nada le debo, nada le reclamo,
¿a quién rezar con tan poquita fe?

Y, sin embargo, aquí de madrugada,
Con mi escocés, mi porno y mi pajita,
No me amargo con tintos de verano.

La mortaja de mi última posada
Si la encargo será cuando Afrodita
Requise la baraja de mi mano.

jueves, junio 16, 2005

Cincuenta años no es nada...

16/06/55 - Diez toneladas de bombas fueron arrojadas por 37 aviones de la Aviación Naval y la Fuerza Aérea sobre la Casa de Gobierno y la Plaza de Mayo, hace exactamente 50 años. Con un saldo de más de 300 muertos, este acto criminal constituyó la primera vez en que Buenos Aires era atacada desde el aire. Y paradójicamente, por pilotos que ostentaban la misma nacionalidad que los muertos abajo. Fue la tercera vez en el siglo XX que las Fuerzas Armadas argentinas tomaban como enemigo a su propia gente, inaugurando una espiral de violencia política que alcanzaría su clímax en la década de 1970.
Las citadas instituciones armadas tardaron cuarenta años en elaborar una cuidada autocrítica, pero esto no resucitó ni remedió el dolor para los deudos de los asesinados aquel mediodía de junio, como los de la Semana Trágica, los de la Patagonia y los desaparecidos. Como tampoco lo harán las recientes derogaciones de las denominadas leyes del perdón, menos lo logró aquel engañoso indulto decretado por Carlos Menem el 28 de diciembre de 1990.
Porque la memoria no prescribe, como no se seca la sangre en los corazones de los que aún sufren, nunca más.

Fernando Paolella

jueves, junio 09, 2005

El Siglo de la Gente

No, no soy feminista, caer en feminismos o machismos es retroceder 60 años en la historia de las mentalidades. Creo que la mujer y el hombre tenemos aptitudes, características, virtudes y defectos que más que separarnos tienen que acercarnos cultural, ideológica, sexual y emocionalmente. Si me propusiera a ser parte de algún tipo de movimiento, optaría por el movimiento parejista, no por el individual, creo que el día que el hombre y la mujer acepten que juntos se pueden obtener mejores resultados que cada quien por su lado, entonces sí podríamos hablar de una evolución. No dudo que el movimiento feminista haya tenido o tenga validez en muchísimos aspectos: el voto de la mujer, la igualdad en espacios públicos y privados, la libertad en la toma de decisiones respecto a su cuerpo, el derecho a la salud, el derecho para decidir ella por sí misma qué decir, qué hacer, qué crear; pero luego, cuando uno embandera cualquier movimiento, se cae en el fanatismo, y considero que el fanatismo es el mayor problema que atravieza la civilización actual en todas sus formas: políticas, ideológicas, religiosas, sexuales...
Si se pudiera manejar al siglo veinte en algún apartado histórico, o antropológico, tal vez podríamos denominarlo el siglo del trabajo femenino por y para las mujeres, con sus logros, tropiezos y encharcamientos, claro; creo que el siglo veintiuno será cada día que pase, un siglo de la gente, es decir, aquel donde hombres y mujeres tendrán que imponer esa diversidad sexual con sello propio, así lo están dejando ver las representaciones y los hechos de la cultura o la poítica. Si hay un cambio que se manifiesta con amplitud en los tiempos actuales, es éste, el de la presencia y exigencia más abierta de la gente y su entorno, en todos los ámbitos de la vida, lo cual me hace vislumbrar que podría imponerse a pesar de todo, pero no gratuitamente ni sin cuota de dolor. Por ello, el gran tema a dilucidar ahora tendrá que ser el siguiente: hasta dónde es posible ya dejar atrás el siglo femenino, para transitar a un nuevo siglo de la gente...