viernes, agosto 26, 2005

And so it is...


Pensar en el mar, no en cualquier mar, no... pensar en el mar que me trajo la vida y al que le entregué tantas horas, miedos, llanto, sueños, historias. Pensar en la gente que dejé allá, frente al mar, la misma que conocí o reconocí en esas playas. Mi hermana se hizo madre en esa arena, mi hija se hizo carne sobre sus olas. Deberle tanto y tanto haber dejado, me hace pensar que es justo hacerle su homenaje, chiquito, como no queriendo la cosa. Yo no pienso hablar de sus calles, de la corona de su iglesia, de las piedras que impiden el acceso tranquilo a las olas, no. De hecho no pienso hablar de nada en concreto. Es sólo que hoy es viernes y una amiga tuvo a bien enviarme una imagen sobre ese mar que tantas veces me tuvo entre sus olas, acariciándome o rechazándome, como buen amante, como buen amigo, como buen tunante. Creí que nunca llegaría pesarme el distanciarme demasiado de sus playas, el no sentir su humedad sobre mi piel, el no respirar pesado aquel olor a brea fresca, huele a mar, huelo a ti... tantas cosas llegué a pensar cuando tomé mi vida guardándola en una bolsa y salí de aquel departamento, de aquellos brazos, y hoy, después de algunos años, reconozco la nostalgia de aquel mar como agua anegada en alguna parte de lo que soy ahora.

jueves, agosto 25, 2005

Renovatio


Después de darse mucho a desear, volvió a salir el sol en Torreslandia. Tal vez convenga no usar bloqueador, permitir que Helios se recreé un rato con mi piel, me invada, me reinvente. Después de más de un mes deseando sentir que el regreso del recorrido de la sangre por mis venas, hoy se hizo el milagro y estoy feliz. No me torturo, no me hago pedazos pensando si volverá a nublarse o si será noche eterna. Llegó el sol y hay que celebrarlo. Llegó la luz, el calor, la vida y es un buen motivo para agradecer y celebrar.

lunes, agosto 15, 2005

Sobrecama VI


“¿y eso?”, preguntas con sonrisa apagada sin apartarme de tu lado. “¿qué?” te contesto pegándome más a tu piel, siempre me ha gustado pegarme a ti después de hacer el amor, sentir tu respiración retomar su ritmo habitual me devuelve a la realidad suavemente, sabiendo que no necesito salir corriendo para sentirme segura de mí misma, autosuficiente, fuerte. “ya, deja de mover los pies bajo la sábana...” “¿mande?”, “sí, nunca he entendido por qué mueves los pies así...” “así, ¿cómo?” “como si bailaras”... tomas el control de la televisión sin soltarme, sé que no te molesta el que mueva los pies, sólo te llama la atención, como si fuera algo nuevo a pesar de los años que llevamos juntos.

Siempre te he desquiciado a propósito y no, con mis manías. Nunca me creíste que yo no permitía que me tomaran de la mano. Creo que fue el primero de los retos que tomaste para acercarte a mí. Te lo dije el día que nos conocimos en aquel café-nevería con teléfonos en cada mesa; yo iba con mis amigas de la prepa, tú estabas solo. Recuerdo que llamaste nuestra atención por considerarte demasiado viejo para estar en un café de moda; a los 17 uno cree que cualquier edad después de los 25 significa la entrada a las ligas menores de la tercera edad. Poco a poco fueron llegando los novios de mis compañeras y se fue vaciando la mesa hasta que me dejaron sola. Entonces volteaste hacia mí y sonreíste; mi reacción fue la misma que he conservado 15 años después, pedí la cuenta y salí tropezándome entre la gente, sin voltear atrás.

Caminé una o dos calles hasta llegar a la avenida para tomar el autobús de regreso a casa, atormentándome con la idea de por qué me habías sonreído y peor aún, por qué tuve que huir de esa manera. Cuando llegué a la parada el cielo era una nube gris sobre mis hombros, para ese momento mi mente elaboraba la excusa que más tarde y por teléfono tendría que darle a Concha explicándole mi salida sin despedirme de nadie; aunada a la invención de la historia fantástica de mi tarde con las amigas en el nuevo café de moda para que mis padres, complacidos, me siguieran creyendo el centro de atención con mi grupo de compañeras y amigos.

Entonces volviste a aparecer. Fue una viejita que estaba a mi lado la que me indicó con el dedo de que me estabas llamando desde tu carro. El viento para entonces hacía imposible escuchar lo que intentabas decirme desde el auto, así que me acerqué. “Súbete” no lo pensé dos veces, abrí la puerta y me senté a tu lado, el calor dentro del carro relajó mis músculos pero no me atreví a mirarte. En la radio Joselino Vazquez coqueteaba con una chica al teléfono mientras se escuchaba de fondo “Solos en América” de Miguel Mateos. “¿A dónde vas?”, “a mi casa” te contesté sin levantar la mirada de la falda a cuadros. Seguiste conduciendo sin prisa, gotas pesadas comenzaron a caer sobre el carro, sonreí para mis adentros alegrándome de no estar afuera. En la Minerva preguntaste de nuevo “¿por dónde le sigo?” “derecho”, “¿cómo te llamas?”, “Andrea”, “yo soy Carlos Villaseñor”, “mucho gusto” y entonces te miré, pero tú a mí no. “¿te dejó plantada tu novio?”, “no”, “¿por dónde vives?” “por el Fray Pedro”, “¿estudias allí?”, “no”, mentí y mordí mis labios, como siempre que digo una mentira, “y ese uniforme ¿de qué escuela es?”, “no es uniforme, es la moda”, “ah, mira...” Llegamos a Manuel Acuña, volviste a preguntar “y ahora, para dónde”, “derecho, por la lateral, vamos a dar vuelta en José María Vigil para entrar por Jesús García”, me arrepentí de darte las instrucciones tan claras cuando vi que empezaste a acelerar. Me atreví a preguntarte “¿te dejó plantado tu novia?”, dudaste un segundo antes de contestar “no” contestaste y consultaste tu reloj “debe estar llegando en este momento al café”, añadiste, “y entonces, ¿por qué estás aquí?”, “porque no quería quedarme sin conocer tu sonrisa”. “No tengo que llegar a mi casa... todavía”, “¿quieres que vayamos a un café?”, “no”, “¿qué quieres hacer?”, “lo que sea”. Seguiste mis indicaciones y al llegar a López Mateos y Luis Pérez Verdía, buscaste dónde estacionarte; “¿has probado las aguas frescas que venden aquí?”, “no”, “¿quieres una?”... no me diste tiempo para contestar, ya te habías bajado del carro y venías en dirección mía para abrirme la puerta y ayudarme a bajar, no entendí el gesto de caballerosidad cuando extendiste tu mano hacia mí y yo la rechacé pretendiendo acomodar mi cabello. Al estar sobre la acera me di cuenta de tu altura, fácilmente me sobrepasabas por dos cabezas, me cediste el lado izquierdo de la acera y como un reflejo intentaste de nuevo tomar mi mano. Instintivamente la aparté. “¿por qué no quieres que te tome de la mano?”, “porque no me gusta”, “no será porque no somos novios?”, “no, nomás porque no me gusta”, “¿cómo que no te gusta?”, “no, no me gusta comprometer mi paso”, “no se trata de eso”, “para mí sí”, “¿y si te beso, me dejas que te tome de la mano?”, “no”, entonces me besaste y yo me colgué de tu cuello y cuando nos separamos no dejé que me tomaras de la mano.

Regresé a tu lado cuando sentí el frío del abandono de mi cuerpo por el tuyo. “¿a dónde vas?” te pregunté al verte de pié junto a la cama. “voy a ver si apagaron la tele los niños”, me mandaste un beso y saliste de la habitación. Sola, volví a darme cuenta de que estaba moviendo los pies bajo la sábana, como un reflejo lejano de otros tiempos, cuando tenía que huir de cualquier situación que me involucrara un poco más de lo que podía enfrentar.

miércoles, agosto 10, 2005

Sobrecama V

Entonces decidimos dejarnos. Te fuiste porque era necesario, importante, vital, espacial, natural, causal y factual. Te fuiste de la casa y me quedé sola frente a la que fuera hasta ese momento nuestra cama; una cama vacía de ti.

Me acosté sobre el espacio que acababas de abandonar intentando rescatar un poco del calor de tu piel sobre las sàbanas, la sensación era extraña, como cuando era niña e intentaba retener en mi nariz el olor a vainilla de las manos de mi madre, o como cuando pensaba que al cerrar mis ojos nuestra silueta confundida en un beso o un abrazo pondría el final feliz a un día igualmente feliz.

Hoy no es así. La cama no me trae nada: ni tu calor, ni tu olor, ni siquiera me trae el recuerdo de una relación feliz, hoy la cama pasó de ser el centro del universo a convertirse en lo que me enseñaron los libros y las buenas conciencias: un no-lugar, un espacio de tránsito, un área de descanso, un pedacito de paz en dónde soñar.

Sólo espero que llegue el día en que no pueda explicarme cómo un día cupimos tú y yo sobre este colchón.

Sobrecamas IV

Dijiste "ve despacio" y terminaste.

lunes, agosto 08, 2005

Sobrecama III


Lo suyo se basó en la fantasía: la fantasía del otro en la una, de la una sobre el otro, dos con uno y uno para todas. Metáforas matemáticas. El ludo en ecuación sin rostro.

Una noche, la luna les pegó con su güante de alcohol y ternura, de confesión y trago amargo.

Desvelándose el amor en donde no debió existir, te fue dejando, se fue yendo, se fueron quedando solos, absurdos, tacaños, vacíos, reales.

viernes, agosto 05, 2005

Pan pa'l niño


Pa' mi niña Lavinia
Que le den pan al niño
pa que se arrulle
que le den panecito
de miel y risas
que mi niño llora
y mi niño sufre
y mi niño es el niño
de las gaviotas
que alimenta su alma
de mar
y
sueños.
Y si aún tiene hambre...
que le den pan con sueños
pa'l dolor de vientre
que le den pan con miel
y no llore ya.
Duérmete
mi niño
de mar
y selva
duérmete
y que el llanto
no dure más.

Despertares













La noche
despertó vacía,
callada,
sin prisa
te espero.

No me pidas
cuando llegues
si llegaras,
que te cuente
un cuento
que te cante
un poema
que te arrulle
el sueño.

No me dejes
si me dejas,
con mis ojos
sobre tu espalda,
con tu peso
en mi vientre,
con tu aliento
en mis besos.

Si vas a venir
si vinieras,
pídele a la noche
que no se duerma
que calle en su grito
el murmullo de grillos
y ranas
fuera de mi cuerpo.

Si vas a irte
si te fueras,
llévate el silencio
de la lobamadre
que vive
entre
mis
piernas
milagros
de días
que no llegan

y si llegaran

pídele a la noche
que regrese
cantando
que sea
fiesta
que te cuente
los cuentos
que yo no,
que te cante
poemas
que yo no,
que te cante
un cuento
que te cuente
un poema
que te cante
que te cuente
que
yo
no

lunes, agosto 01, 2005

A medio terminar

Para C que se fue yendo mucho antes de terminar de encontrarlo.
In memoriam

Me gustaba estar contigo, aunque siempre terminaba desesperándome por tus procedimientos. Te alegaba por tu imputualidad, por terminar nuestras citas cuando a penas íbamos empezándolas, por sabotear lo poquito que llegamos a sentir el uno por el otro. Luego te fui conociendo mejor y descubrí que tu manía era no terminar nada, no cerrar círculos, ir dejando todo a medias:
las conversaciones,
el amor,
el desamor,
el odio,
los celos,
los libros,
el café,
el cigarro,
los pagos (siempre pagabas la mitad del mínimo a pagar)
las sonrisas,
el llanto,
la rabia,
los textos,
el alcohol (incluso entre amigos pensábamos que tenías serios problemas con tu manera de beber porque siempre dejabas la mitad:
de la cerveza,
de la cuba,
de tu vodka)
...

Nunca lograste concluír nada. Hoy me avisaron de tu muerte y me queda la vaga esperanza de que para variar éste asunto, también lo hayas dejado a medio terminar.

Algo para peques

Camilo fue hasta el fondo de su pecera para descansar. Los libros se habían quedado en silencio hacía algunas horas, pero parecía que sus voces permanecían en la pecera, flotando como sueños alrededor de nuestro amigo.

Cuando estaba a punto de quedarse dormido, escuchó un murmullo al fondo de la habitación, al principio era muy bajo, pero fue creciendo hasta que se dio cuenta de que en uno de los anaqueles, algunos libros estaban discutiendo entre ellos.

—¡No se puede dormir con ese olor tan desagradable!

—¡Yo no sé qué estarían pensando cuando te trajeron!

Camilo no entendía qué estaba pasando. Le preguntó a su amigo La Historia Interminable qué sucedía.

—Es El Fantasma de Canterville,— respondió sereno el libro— Cada noche es lo mismo, los libros que están cerca de él se quejan por el olor que despide.

—¿Los libros tienen olfato? — Preguntó Camilo intrigado.

—Claro, igual que tú. Cuando somos nuevos tenemos un olor que a todos les gusta, de hecho cuando yo llegué a esta casa, la niña lo primero que hizo fue abrirme y pegar su nariz contra mis hojas para olerme nuevo, eso lo hizo todo el tiempo que tardó en leer mis historias... hasta que llegó un nuevo libro y se olvidó de mí.

—Entonces... pero ahora tú no tienes ningún olor...

—No porque todavía soy joven. En cambio el pobre de El fantasma de Canterville, ya tiene otro olor, un olor que, al parecer, es muy desagradable. Yo nunca he estado junto a un libro viejo. Desde que llegué a este lugar, me dejaron en esta tabla y sólo llegan libros nuevos... pero al parecer, allá donde están discutiendo, huele muy mal... y creo que es porque El fantasma de Canterville es un libro que tiene muchos años, está muy maltratado y tiene olor a viejo.

—Pues yo nunca he olido un pez viejo... no sabría decirte a qué huele un pez viejo. Pero no creo que yo huela mal, ¿o si?

—No, bicho rojo, tú no hueles mal, hueles diferente, eso sí, pero no hueles mal.

—Huelo diferente... como El fantasma de Canterville, diferente. ¿la niña ya conoce ése libro?

—Sí, la niña lo conoce y es su favorito. Cada determinado tiempo, le pide a su padre que lo lea para irse a dormir.

—Y a ellos, ¿no les molesta el olor?

—No, al contrario, ese libro lo tienen como un tesoro. Mira mis páginas...

—No puedo verlas, lo único que veo es un rectángulo, todo es plano para mí.

—Pues dentro de lo plano que ves, bicho rojo, hay un montón de páginas. Nosotros, los libros, sabemos cuándo un libro se prefiere, por lo gastado que tenemos las páginas... mis páginas no están gastadas en cambio las de el fantasma tienen incluso gotas de agua o café, hasta una quemadura. El fantasma de Canterville ha estado aquí por mucho tiempo y no tiene descanso. Y ahora, si me disculpas, voy a dormir.

Camilo se quedó flotando en el centro de la pecera. Las voces se fueron apagando poco a poco, y sólo se escuchó el lamento oscuro de el Fantasma.

—Disculpe, señor, ¿se siente mal?

—¿Y tú qué crees, bicho rojo?

—Perdón, señor... ¿le puedo ayudar en algo?

—No hay nadie que pueda ayudarme... nadie.

—¿Tiene mucho tiempo viviendo aquí?

—Creo que desde siempre... no recuerdo otro lugar que no sea este... siempre he estado aquí, siempre he sido insultado y estoy muy cansado.

—¿Y qué lo haría sentirse mejor?

—¡Quiero descansar! Hace muchos años que lo único que deseo es que me dejen en paz... pero eso va a ser imposible mientras haya niños en esta casa.

—¿No le gustan los niños?— Preguntó Camilo intrigado.

—Sí me gustan, por ellos estoy aquí. Pero yo quiero descansar... tú no sabes lo que ha sido para mí primero estar en la mente del escritor, luego en el papel, y ahora pasar de mano en mano, de mirada en mirada, de mente en mente... y así para toda la eternidad... ya estoy cansado. Soy un libro viejo, con una historia vieja... ya quiero descansar.

—Si tan solo pudiera ayudarle en algo...

—No, bicho, tú no puedes hacer nada por mí. Mientras siga siendo importante para alguien, no podré descansar. Primero fue el abuelo de Lavi, luego su padre, hoy es ella, y después vendrán sus hermanitos... no voy a descansar en muchos años más... ¡Ay, cómo me gustaría estar en la biblioteca, con otros libros igual de cansados y viejos, con los libros que han sido olvidados, que sólo de vez en cuando se comentan algo entre ellos para recordar que siguen vivos, ay, como quisiera descansar con ellos!

—Pero usted es muy importante, señor Fantasma, usted debería ser feliz por ser tan querido en esta casa.

El Fantasma de Canterville gritó de dolor. Camilo retrocedió y se escondió en la oscuridad de su pecera. La habitación quedó en silencio nuevamente. Camilo todavía temblando de miedo se acercó tímidamente al cristal.
—No has entendido nada, bicho rojo. Yo ya no quiero ser querido, ya no quiero que me lean, lo único que yo quiero es ser olvidado. Mis hojas están llenas de mugre, de lágrimas, dibujos, notas en mis márgenes, hasta me quemaron con un cigarrillo... fue por un descuido, yo lo sé, pero he sido humillado tantas veces que ya no puedo más. Soy un libro viejo, sólo por eso, deberían dejarme en paz, en algún rincón, olvidado... estoy cansado, Camilo, muy cansado... ¿Podrías ahora dejarme dormir?, ¿al menos tú, podrías dejarme descansar un poco?

Camilo no contestó. Se dirigió hasta el fondo de la pecera y se dispuso él también a dormir. Su respiración era muy difícil, sentía como si toda su piel, todos sus cartílagos se le apretaran alrededor de su corazón. Se asustó mucho y le habló nuevamente a La Historia Interminable.

—Algo me pasa, no puedo respirar, ayúdame...

—No es nada serio— Intentó tranquilizarlo La Historia —es sólo que estás triste.

—Pero no puedo respirar, me duele algo.

—Te duele El Fantasma de Canterville, eso es lo único que te duele, Camilo.

—Pero, él no soy yo...

—De algún modo, no sé cómo ni por qué, El Fantasma de Canterville somos todos los que estamos aquí. Todos los libros somos un poco de él.

—¡Pero, yo soy un pez, yo no soy libro, yo no soy él!

—Tú ya conoces su historia, como la mía y la de otros que hoy has conocido, de algún modo, ya eres un poco nosotros. Ahora cierra tus ojos y trata de controlar tu respiración... poco a poco notarás que el dolor pasa y a lo mejor hasta puedes dormir. Descansa pececito, yo te voy a cuidar.

Camilo durmió aquella noche y La Historia Interminable cumplió con su promesa. Los libros siempre cumplen sus promesas, siempre. La Historia velóel sueño de Camilo hasta el amanecer y pensó que era una suerte tenerlo entre ellos. Buscó entre sus páginas alguna frase que pudiera llegar muy clara hasta la pecera de Camilo, para tranquilizarlo y arrullarlo, poco a poco, fue lanzando palabras que alcanzaron el agua y cobijaron a Camilo.