lunes, noviembre 28, 2005

De Reencuentros


"la fil es como la familia que tenemos fuera de la ciudad: la esperamos todo el año y cuando llega, ya queremos que se vaya..." Toño Venzor, durante alguna plática en la Sala de Prensa de una de las muchas FIL que hemos compartido.

Desde el sábado en la noche quedé de acuerdo con los Payes de endosarles a la hija el domingo. Lavinia se despertó a las 9:00 y entre que quiso escuchar su "múkika" y se puso a jugar un rato sobre mi cama, nos dieron las 10 de la mañana, por fin, el hambre le hizo ruido en el estómago y bajamos a desayunar, huevo, tortillita, pan dulce, cafecito... todo como buen domingo. Terminando de desayunar subimos a vestirla para que se fuera a la granja con los abuelos y dejara a su madre preparándose para el reencuentro.

Porque aunque muchos me digan que la FIL es la feria más importante de libros a nivel nacional, que es una exposición bibliográfica comparable con las mejores de Europa y todos los motivos lógicos, profesionales, comerciales e intelectuales que le quieran dar, la verdad, acá entre nos, entre compas que somos, la FIL es un reencuentro. Desde que uno pisa la explanada de la Expo se empieza a encontrar con gente que "ya había visto en otro lugar" y el juego mental de "dónde lo he visto, dónde lo he visto..." termina siempre en sonrisa o en un "qué guey estoy": pos aquí, en la FIL el año pasado... pos sí, mi chavo, ¿en dónde más? y aquí es importante hacer un paréntesis para hacer una breve relación de las personas que casi todos los que vamos a la FIL hemos conocido:

-La señora de las papas fritas que se pone justo abajo del espectacular gigante
-Los hippies postmodernos que venden velas aromáticas también sobre la explanada.
-El cuate alto del turbante naranja-blanco.
-Carlos Monsiváis -con su chamarrita de mezclilla y su consabida greña-
-Raúl Padilla rodeado de edecanes siempre buenísimas.
-Toño Venzor
-Los trajeados
-Los darketos
-Las chicas FIL: pantalón de mezclilla viejo, zapatos viejos, blusa de cuello de tortuga, bufanda rastafari, cabello sucio y enmarañado, vasito de café en la mano izquierda y cigarrito entre los dedos índice y medio de la derecha, caminado indiferente, mirada perdida, y gorila flaco e indiferente caminando a su lado.

Y entonces, cuando uno va caminando y se va reencontrando con todos estos personajes, si bien la excitación inicial va diluyéndose entre el ruido natural de la feria y las voces en acentos variadísimos con los que uno va chocando, mezclándose, en ese momento todo parece tomar el orden necesario, la dimensión propicia para sentirse como en casa. Aquel bodegón inmenso, con carriles y carriles de stands, viene a ser como el patio donde llegan a recrearse los niños: venimos a ver libros, a tocarlos, a manosearlos, a sobarlos, a olerlos, a ver si no nos cachan y nos podemos meter entre la ropa la edición bilingüe del Ulises de Joyce, o la antología de Borges, o el Varón Rampante de Italo Calvino... tantos que han estado en una lista durante al menos 12 años y nunca me he animado, debo confesarlo, a hacer como que se me pegó al forro del saco, de la chamarra, de la bolsa... triste egresada de Letras que nunca ha podido salir de la FIL con algo que no haya comprado, salvo la cantidad inigualable de folletos y periódicos que a uno le regalan a lo largo de las visitas de todos los días.

Este año la FIL me trae a Perú: César Vallejo, Mario Vargas Llosa, Alfredo Bryce-Echenique, entre un montón de escritores más. Me trajo mi publicación en CASIOPEA, revista-carpeta de arte; y como a penas va empezando, no puedo decir qué más me dará o me quitará, habrá que darle su tiempo y su espacio y al final ver cómo terminamos. En este inter, me pongo los zapatos cómodos, la ropa holgada, me cuelgo la mochila, y me dispongo a caminar, a perderme durante 7 días por los pasillos torcidos de FIL.

jueves, noviembre 24, 2005

Presentación de Casiopea

Presentación de CASIOPEA
Revista / carpeta de arte
>Conversación entre un plástico y un escritor<
27 de noviembre, 20:00 horas.
Salón Agustín Yáñez en la Feria Internacional del Libro, FIL.

Artistas invitados: Nino Magaña, Ramsés Figueroa, Antonio Cisneros, Ruiz Rojo, Alessandra Tenorio, Lourdes Covarrubias, Belinda Medina, Roberto Zamarripa, Carlos Varela, Irene Pérez, Dante Medina, Maldonado, Georgina Torres, Víctor Joseph, Hilda Figueroa, Patricia García, Antonio Marts, Sandra Carvajal, María Luisa Burillo, Diana Martín Segura, Melissa Cisneros, Sergio Araht, Gabriel Sánchez, Raúl Bañuelos, Augusto Metztli.

miércoles, noviembre 23, 2005

Llegando a los 33


Es una bendición el no tener líneas de expresión en el rostro.
Es una aberración que me siga gustando comerme el duvalin sin palita.
Es una fantasía el que llegue el amor a mi vida.
Es karmático que sigan invitándome a romper la piñata.
Es una frustración crónica el haber crecido sin abuelos.
Es una locura seguir trabajando en donde trabajo.
Es una cosa fantástica haber aprendido a manejar automóvil estándar.
Es una maravilla que mis padres se sigan preocupando por mí.
Es muy placentero despertarse en la mitad de la noche y no darle mayor importancia.
Es angustiante la necesidad de estar preocupada por alguien.
Es siempre indecente la línea escrita después del sexo.
Es fascinante mi parecido con la hija.
Es triste no dedicarle más tiempo a mis filias.
Es mórbido contestar una llamada después de las 12 de la noche.
Es una delicia despertar acompañada en cama propia o ajena.
Es mágico el irme descubriendo en lo que he escrito.
Es una tontería no darle crédito a mis ideas.
Es extrañísimo dejar guardada a la imaginación.
Es sugestivo delinear mis ojos y mis labios.
Es (sigue siendo) pecado el pan, los chocolates, la coca-cola, las pastas.
Es un cumplido que me digan que me veo más joven que mi hermana menor.
Es una perversión pensar en otros fines para el Hershey’s, las fresas y la crema batida.
Es hilarante que las amistades de mis padres me sigan viendo como “la niña”.
Es un acto de tenacidad, para los demás, mi manera de proceder ante ciertas situaciones.
Es inaudito el que me gusten los huevos revueltos aderezados con catsup.
Es de buen gusto el sonreír, mirar a los ojos y ser atenta con los demás.
Es un escándalo cada texto erótico que publico.
Es inconfesable mi soledad a crédito.
Es inconfundible mi risa entre la gente.
Es impensable el viajar más de 2 meses continuos.
Es insólito el uso que se le puede dar a un chocolate.
Es inconveniente dejar de soñar.
Es meritorio seguir preguntando.
Es común que me aburran los adultos.
Es oportuno reflexionar sobre lo que se ha dicho.

La Gripa(e)

Una terrible Invasión de bichos minúsculos pero no menos letales, ha tenido lugar en Torreslandia, motivo por el cual las ideas están sitiadas y los piensos por más que lo han intentado, parecen más bien aletargados ante la presión craneal provocada por la congestión nasal.

Será cuestión de uno o dos días para volver a tener la mente libre de obstáculos fisiológicos que me dejen escribir más o menos legible, más o menos coherentemente.

Me retiro a tomarme mi tecito, mi pastillita, mis 2 litros de agua, andar bien cobijada, darle tregua al tabaco y permanecer lo más tranquila que se pueda a 4 días de la presentación de Casiopea y 5 del maratón FILístico, que este año me trae a Alfredo Bryce-Echenique, César Vallejo, Mario Vargas Llosa... promete más que la del año pasado y lo agradezco a pesar de la gripa, del estornudo y la congestión.

lunes, noviembre 21, 2005

El que quiera
azul celeste
que se acueste.

Carlos Pellicer

viernes, noviembre 18, 2005

De regazón y cosas piores...

Entonces resulta que una va metiendo la pata, regándola, jodiéndose de a poquito… pero también es un hecho de que una no se da cuenta de la situación, hasta que tiene el agua o la mierda hasta el cuello. Una empieza como jugando, como no queriendo la cosa, a regarla, no se da cuenta hasta dónde le está permitido llegar, en dónde están los límites… de hecho no se da cuenta si hay límites, cree que todo está permitido, que todo es parte del juego y un buen día, cuando el sol está totalmente desperezado en lo alto del cielo, cuando los pájaros cantan encerrados en su felicidad matutina, cuando los árboles se van pintando de amarillo y el viento empieza a ser más frío, más de invierno, ese día cuando todo parece que la vida seguirá su rumbo, su tiempo, su risa, todo se detiene y empieza a retroceder. La tahona empieza a dar la vuelta en dirección contraria y el jiote, el que ya fue machacado una vez, ve con temor que viene de regreso esa mole de madera, esa trituradora viene una vez más a pisarlo, a lastimarlo… pobre jiote, él que pensó que ya la había librado, que pronto sería feliz desecho en el campo, resulta que la tahona se está regresando y lo volverá a pisar, le dará una segunda o una tercera vuelta y volverá a sufrir de la opresión, del sentimiento de no ir a ninguna parte, de no tener salida ni remedio.

Y entonces, una se da cuenta de que se ha perdido terreno, y quiere creer que sería bueno tener “de lo perdido lo recuperado”, pero sigue doliendo, sigue la espinita de querer gritar que son chingaderas, que las cosas pueden ser más maduras, que si no se entendió el juego es porque no se quiso entender como lo que era, un juego tonto…

Me queda recoger mis juguetes, irme al jardín y divertirme yo solita; es invierno, el frío ya me está llegando a los huesos, pero no pienso entumirme, voy a seguir jugando, voy a seguir queriendo, yo sólo quise jugar pero creo que mi compañerito de recreo era demasiado serio, demasiado formal para los juegos que quise inventar con él.

Me duele el retroceso, la pérdida de alguien con quien había logrado identificarme en la risa, en el llanto, alguien con quien había logrado una comunicación de fondo, esencial… pero cuando una la riega de esta manera… ¿qué sigue?, cuando una se da cuenta de que fue una gran ofensa lo que se consideró travesura, risa compartida… ¿qué se hace?, ¿cómo se sigue adelante?...

No me quiero amargar, ni amargaré tampoco al lector, al fiel lector que me lee de cuando en cuando, usted lector, que no ha dejado de llegar hasta esta tierra en donde se ha enterado de deseos, sueños, discusiones y tormentos, no le amargaré el día, le contaré el chiste del pollito que se llamaba Resistol, que se cayó y se pegó, o el chiste al revés: primero ríase… ya ve qué fácil?, verdad que no lo he amargado?, verdad que no le destrocé su día?, usted ríase, lector amigo, lector cómplice, lector de minutos en los que le comparto, el día de hoy, dos chistes malos por una buena idea de lo que significa quedarse, otra vez, sola.

jueves, noviembre 17, 2005

Último Tango en París


Para intentar el amor pasajero
es necesario borrar el pasado,
no decir nombres,
inventar lugares y personas:
"señora sin tiempo y sin espacio",
"caballero del pene sin historia",
"vagina estelar", "culo del cielo",
"señora de la luz adormecida",
"príncipe de las penetraciones",
"senos que todo lo dicen",
"ojos que callan",
"corazón que no siente",
"pantera", "gata", "cerdo",
"burro incansable", "olor",
"cisterna abierta", "áureos cojones",
"coño de las consolaciones",
"soledad para la soledad",
"felicidad sin nombre",
"compañerita de los recreos",
"sombra mía", "sombra tuya",
"todo y nada...",
y refugiarse en la casa del sexo,
llevando entre los dientes
un caudal de adjetivos delirantes.

Lo único que debe ser real
son los cuerpos libres
para el encuentro y el desencuentro,
el tibio escondrijo,
los lugares ocupados
por el olor carnal,
el lecho del tamaño del deseo
para intentar todas las caricias
y confundir las pieles
en el largo sudor
que resplandece
en la media luz
de las cortinas de la tarde.

Intentarlo, intentarlo,
aunque al final de todo
venga la muerte
a descascarar su risita irónica
y las calles se borren
y el cuarto de los secretos
flote vacío en la noche de la ciudad.
Nada pasó: los que se conocieron
eran desconocidos
y ese amor de instantes
fue un tango absurdo
en el salón tenebroso;
un bello salto en el vacío.

Hugo Gutiérrez Vega.

miércoles, noviembre 16, 2005

Dimmi, che fai, Silenziosa Luna?


Che fai tu, Luna, in ciel?
Dimmi, che fai, Silenziosa Luna?
Sorgi la sera, e vai,
contemplando i deserti; indi ti posi.
Ancor non sei tu paga di riandare i sempiterni calli?
Ancor non prendi a schivo,ancor sei vaga di mirar queste valli?
(de "Canto notturno di un pastore errante per l'Asia" 1829-1830 G.Leopardi)


A veces se me viene una necesidad inmensa de compartirme con la Luna o de compartirla con alguien. Durante la madrugada de hoy desperté varias veces y en cada ocasión tuve que checar el despertador pensando que sería hora de levantarme. No fue así, el resplandor que podía observar desde mi cama, la iluminación azul mortuoria, me la daba la Luna; adiviné que estaría justo encima de mi balcón y me aventuré a asomarme por la ventana --quien suscribe reconoce que le da pavor acercarse a la ventana por la noche, cuando todo es oscuridad y teme encontrarse con ella misma ante el reflejo de la nada--, con un insomnio casi programado y sin tener nada mejor qué hacer, fui hasta la ventana y observé que Marte se está alejando, que Venus se lo agradece y que la Luna, mi Luna llena de noviembre me estaba esperando y estaba casi tan sola como yo.

No estoy pidiendo compañía.

El comentario va más lejos o más cerca, hoy mi mostro me preguntó si en alguna ocasión le había regalado la Luna a alguien, porque él lo había hecho varias veces... me quedé pensando sobre el regalote y creo que no la he otorgado todavía, al final ¿qué sería de mí sin ella?; tal vez la haya compartido, haya enviado algún mensaje haciendo hincapié en la sonrisa de la luna o en su desaparición temporal del cielo... pero creo que todavía no la he regalado. Creo que sería un regalo sumamente importante. Tal vez se la podría regalar a mi hija, pero los hijos se van y corro el riesgo de que se la lleve con ella, tal vez se la podría regalar al próximo amante que acompañe algunas de mis noches, pero el amor no es para siempre y correría el riesgo, de nueva cuenta, de quedarme sin ella.

Al final la única opción que me queda es quedarme sola con la Luna, compartir mi soledad con ella, que siga sabiendo de mis secretos y deseos no confesados todavía, que me siga viniendo a visitar cada noviembre, cada diciembre o cuando se le pegue la gana, que la Luna sólo se me aparece cuando tiene algo importante que comunicarme o cuando sabe que tengo reflexiones que compartirle...

Magnolia

Recuerdo que Magnolia quería ser monja. Ella me lo dijo una tarde debajo del árbol que está en medio del sembradío. “No seas necia”, le dije, “las monjas son vírgenes y después de las revolcadas que nos hemos dado, ni la conciencia tienes intacta”. Ella se quedó callada, mirando lejos. Se levantó de mí en silencio y sin verme se acomodó la blusa, la enagua y se calzó los guaraches. Finalmente me miró con sus ojos negros y la cara roja, perlada por el sudor. “No seas bruto. ¿Te acuerdas de Esperanza? Ella se metió de monja y llevaba una criatura en su panza. Entonces, ¿por qué no me puedo meter yo?” Y sonreía con esa sonrisa que traigo todavía metida hasta bien hondo en la cabeza. La misma que le quité cuando la besé sin permiso la primera vez que la vi, debajo del árbol entre las vacas que yo traía.
Pesado me levanté y me paré atrás de ella. Su respiración se volvió violenta y pude ver sobre sus hombros el sube y baja de sus senos bajo los holanes de su blusa. La rodeé con mis brazos por la cintura. No se movió, luego le besé la nuca y ella dobló su cabeza hacia atrás y casi sin oír escuché que me decía. “Táte sosiego, voy a ser monja”.
Fue la última vez que nos vimos bajo el árbol. En una ocasión creí verla en misa de doce, pero al salir del templo no la volví a mirar. En el pueblo nadie me dijo nada, o casi nada. Sólo me enteré que sus padres tienen en la casa un sobrinito que les llegó de fuera y que tiene los mismos ojos de su tía Magnolia. Pero, yo me acuerdo que Magnolia me dijo que quería ser monja.

lunes, noviembre 14, 2005

De regreso La Inspiración



Fueron varios días de no saber de ti, me concentré lo más que pude en mi trabajo, en mis lecturas, en cualquier cosa que no me llevara al impulso macabro de hacer una llamada para acercarte un poco más, para traerte de regreso a mi voz, a mis ojos, a mis oídos.

Fueron varios días en que anduve como alma en pena, buscándote, pensándote, deseándote...

Y la noche no me dijo nada
y la madrugada me vistió de frío
y el sol de la mañana me descubrió desnuda
yo no dejé de pensar en ti.

Fueron varios días en que te pensé fumando, pensando en lo que vas a hacer conmigo, o pensando que no quieres pensar en lo que vas a hacer conmigo, o simplemente te pensé fumando sin pensar en nada en concreto, sin pensar en mí.

Fueron varios días los que te me perdiste, como jugando, como haciéndome la travesura para ver cómo reacciono, cuánto te extraño, cómo me las arreglo en este breve ensayo de una ausencia más larga...

Estás de regreso y tengo que confesarte que anduve días y noches: noctámbula, funámbula, sonámbula...

Qué bueno que regresaste, como diría la canción: "a mí se me afiguraba, que no te volvería a ver..." qué bueno que sigas guiando las letras y los piensos, los pasos y los sientos.

viernes, noviembre 11, 2005

Nostalgia de Agua


¡Qué bueno que se murieron!, qué bueno que ya no están aquí para ver en lo que queda su recuerdo. Mi abuelo hablaba de olas y mi abuela de horas. ¡Qué bueno que ya no están aquí, de veras! Esto se fue poniendo feo hace mucho tiempo, cuando tú, abuelita, decidiste morirte para no ver lo que le está pasando al lugar donde comenzaste 35 años de amor no apresurado.

Recuerdo que siempre veníamos el primer fin de semana de agosto para celebrar su aniversario de bodas, este paseo lo seguimos haciendo incluso muchos años después de que se murió mi abuelo. En vez de misa o fiesta con los hijos y los nietos, cargabas con toda la familia a Chapala. Nos íbamos primero a comer a “La Chata”, y después pasábamos el día a la orilla del lago, escuchando la misma historia tuya de cada año, la misma canción Azul cantada por un trío del mismo color, mientras tus hijos comían charales con chile y limón, y tus nietos nos enlodábamos en la playa, dando poca atención a tus suspiros, y, si estaba nublado, a tus lágrimas.

Muchas veces me contaste la historia de cuando tú y mi abuelo se casaron, fue un día de sol de agosto por la mañana, porque no había dinero para casarse en la tarde, y al mediodía tomaron el tren a Chapala. Llegaron al hotel Nido y ahí estuvieron tres días con sus noches, y cuando el dinero no dio para más regresaron a Guadalajara. Pero con eso bastó, según contabas, Lupe, para hacer al primero de mis tíos que murió casi al nacer. Ahí empezaron tus dolores, entonces comenzaste a contar las horas, cuando nació el primero de los Carlos y se te murió casi luego luego. No hay nadie que nos diga cómo era el niño, ni siquiera tú Lupe nos pudiste decir a quién se parecía. Pero me imagino que si lo hicieron en Chapala, ha de haber tenido los ojos verdes o azules, como los ojos del Lago, como los ojos de mi abuelo, y si se murió tan chiquito, de seguro que su piel también fue color de lago.

¡Qué bueno que se murió también el primer Carlos! él sí entendió que todos hablaríamos de que cuando él nació el lago todavía hacía ruido de olas, y los pescadores todavía regresaban con sus redes cargadas de promesas a los que se quedaban esperando en la orilla. Qué bueno que se murió y no tuvo tiempo de ver tanta arena, qué bueno que no vivió para compartirnos su nostalgia de agua.

¡Qué bueno que se murieron todos!, qué bueno que ya no viene nadie a evocar amores o hijos perdidos. Mis abuelos ya no tienen olas ni horas que contar en este lugar y yo ya no tengo historias que recordar. El lago se lleva todo, olas, horas, historias... Que se queden con él. Que los sueños que aquí empezaron aquí terminen. Que la nostalgia se guarde de los muertos y los muertos del agua en que anegaron su tiempo, que a nadie le gusta descubrir que el agua cede y en su nostalgia quedan sal, arena y sol.

viernes, noviembre 04, 2005

La caza del milagro

Con palabras cortas y pasos largos llegamos hasta el hotel. Casi no hablaste durante el trayecto y mis intentos por sacarte del hoyo en el que te sumergiste desde que salimos de la morgue fueron en vano.

Yo sólo quería una foto, sólo eso—Repetías y te hundías, y me hundías en el silencio que queda después de la muerte.

La calle seguía sin un auto estacionado, como aquella tarde en que se hizo el milagro la primera vez, ¿te acuerdas? Habíamos estado sentados en una tumba del panteón durante varias horas, discutiendo del amor que no sentíamos y la miseria que se presenta en los momentos de pasión no deseada. Caminamos toda la cuadra hasta llegar a Hospital, entonces volteaste y observaste la limpieza de la calle.

--Así debe llegar la muerte... cuando no hay un carro que nos libre, cuando no hay ruido, cuando las paredes o las sábanas –que para el caso es lo mismo— son tan blancas que es la imagen más limpia que te llevas.

Y sucedió. Una camioneta del SEMEFO pasó junto a nosotros y se estacionó en la puerta de la morgue. Te tomé de la mano, supe que también te habías quedado helado. El chofer de la camioneta y un camillero se bajaron a toda prisa, abrieron la puerta de la caja y bajaron en una camilla un cuerpo inerte cubierto por una sábana blanca, sin manchas de sangre, sin gotas de violencia. Como buen fotógrafo apuraste tu mano a la mochila... no había cámara. Aún así no soltaste mi mano. Permanecimos en silencio, respetando el paso del muerto sin prisas... No llegó un solo carro detrás. No hubo lágrimas ni lamentos, un fiambre olvidado, un despojo que sería olvido para ser parte de una mesa quirúrgica o a quien su familia reclamaría en el transcurso de las próximas dos semanas, y ¿a quién le importa eso ahora?

Aunque no hubo fotografía aquella vez, juramos que regresaríamos cuantas veces fuera necesario a cazar esa fotografía. Todos los jueves iba a encontrarte en La Fuente; después de dos cervezas y tres besos, abandonábamos el lugar para “ir a encontrarnos con la muerte”. Nos sentábamos en la esquina de Hospital y Belén, y permanecíamos en silencio durante horas esperando que se diera el milagro, aguantando el sol caer sobre nuestras cabezas como las miradas de los chavos de la Escuela de Medicina. Un par de locos esperando que llegue la muerte.

Sin embargo no bastó mi fidelidad a tu empresa, mis ánimos y el tétrico entusiasmo con que te acompañaba a la famosa esquina. En una borrachera me dijiste que no querías volver a saber de mí. Que me dabas chance de largarme y hacer de mi vida lo que me diera la gana, que para rollos fúnebres eran más pesadas las de artes plásticas, y te fuiste. Dos jueves pasaron hasta que nos volvimos a encontrar.

Te divisé sentado sobre la banqueta de hospital, viendo hacia la morgue como cada jueves nuestro. La calle estaba vacía de carros, el sol pegaba sobre tu frente y no había nada que detuviera la toma. Tuve tiempo para cerciorarme de que estabas solo, que ninguna otra te había acompañado, y quise avisarte, advertirte de no tomar esa fotografía.

La camioneta llegó sin trabas hasta las puertas del Servicio Médico Forense; escuché las puertas del chofer y el camillero abrirse y cerrarse casi simultáneamente. Sus pasos rápidos para abrir la puerta de la caja. Entonces vi como me bajaban, sin cuidados, sin miramientos. Mi cabeza rebotó sobre la plancha helada, el sonido hueco del cráneo contra el acero... nada, ninguna atención. Y en la esquina tú, tomando la fotografía. Un automóvil conocido pasó junto a ti, se detuvo atrás de la camioneta. Al principio caminaste de prisa, después empezaste a correr hasta detenerte frente a mi hermano.

No quise ver más. Nunca había estado en una morgue y para mí aquello era novedad. Pero me regresó a tu lado el cariño que mientras pude te negué. Te vi pegarle al azulejo de las paredes, y sacudir tu cabeza continuamente. Te vi llorar, casi gritar.

No me moviste nada. No hice nada por ti, mas que tomarte de la mano y acompañarte de regreso a tu hotel. A cada paso nuestro intentaba que vieras que las palomas son graciosas cuando caminan, que hay charcos de agua en los que puedes ver un pedazo de cielo, que hay luz, que el aire no se cansa de ir y venir, que los cigarros que compraste ayer, hoy cambiaron de precio. Que el milagro de la vida está íntimamente relacionado con el milagro de la muerte.

martes, noviembre 01, 2005

a veces, sólo a veces me da por pensar...

en lo maravilloso que podría ser que alguien, con un rostro y unos labios bien definidos en mi cerebro, al escuchar una canción determinada se acordara de mí... y se me vienen muchas canciones a la mente y no me quedo con ninguna. Se me ocurre pensar, por ejemplo en aquella canción vieja y que tanto he escuchado últimamente: imagínate que soy todo valor / sueña tú que yo voy a abrir el corazón / hay cosas que son minutas y son pequeñas pero grandes en tí / mil cosas que hacen un mar / que no puedo explicar / imagínatelo que te quiero... o aquella que tanto me gustaba hace algunos años, cuando quemaba mis tardes en los pasillos de la facultad con cigarro y vasito de unicel lleno del café de doña Mary: que no arranquen los coches, que se detengan todas las factorías, que la ciudad se llene de largas noches y calles frías... porque voy a salir esta noche contigo, se quedarán sin beatos las catedrales y seremos dos gatos al abrigo de los portales... canciones que se han ido yendo; que han pasado de mí, de mis tiempos, de mis piensos... sólo canciones que a muchos pueden no decirles nada o pueden hablarles bajito al oído, como no queriendo la cosa, como Pepe Grillo diciéndole a Pinoccio When you wish upon a star, ...Anything your heart desires will come to you If your heart is in your dreams, mientras ven una estrella más azul, más brillante perdidamente nítida en el firmamento. Pero son sólo canciones, canciones que no dicen más de lo que expresan: buenos deseos. Deseos que nacen en un rinconcito del corazón, el más oculto, el más temido, el que nos lleva a los sentidos, al estremecimiento de la piel cuando se cree que es posible creer, desear, soñar con esa caricia a tiempo, con la sonrisa perfecta, cuando uno se toma el tiempo para preguntarle al espacio sin esperar ninguna respuesta a cambio: ¿puede ser?... A veces me da por pensar en este y otro tipo de ideas; y sonrío y me doy cuenta de cuántas veces he tarareado esas canciones, desde la más sencilla hasta la más certera y me da algo de miedo pensar si al intentar cantarlas no he pensado en nadie en concreto. Si han sido canciones que han quedado en eso, en el desperdicio de la inspiración de cualquier hombre o mujer que no logran provocar nada en una noche de todos los santos y todos mis demonios, de todos los llantos y todas las sonrisas... canciones que han sido escritas para ir tirando, como combustible que no termina de llegar a mi motor, que no termina de llegar a mi voz.

Los Pueblos Fantasmas de Los Altos

Claudia de la Torre, reportera de Televisa Guadalajara, se subió a una camioneta uno de esos buenos días en que los periodistas de la capital de Jalisco deciden cruzar la caseta de peaje en Tonalá. Y conocer Jalisco fuera de los barrios, de las calles atiborradas de automóviles, de las banquetas llenas de gente. Sería por cualquier razón que entonces llegó a San Gaspar de los Reyes y realizó un reportaje, luego una serie, a la que le llamó “los pueblos fantasma”.

Con cámara en mano y libreta de taquigrafía, decidió buscar personas a las 3 de la tarde, cuando el sol cae a plomo y hasta los perros buscan la sombra escurridiza de los pocos árboles. La mirada de la periodista buscaba en uno y otro lado de la calle, sin fortuna. Entonces le quedó claro: aquello no era la avenida Ávila Camacho, ni la calle Independencia, ni la calzada ni Plaza del Sol. Aquello era ¡un pueblo fantasma!
Y como quien descubre el fin del mundo, levantó el vuelo y se fue hasta las oficinas de la avenida Washington a entregar su trabajo. Había conocido pueblos fantasma en San Gaspar y en San José de los Reynoso. Le faltaban muchos otros.

El sentimiento de los alteños, de esos que viven entre las casas reforzadas con ladrillo nuevo –que se compran con dólares porque trabajo no hay para ganar pesos- quedó hecho una realidad. Motivado por esa frase de “pueblos fantasma”, los habitantes comenzaron a ver las intenciones del gobierno federal, de la administración de Ramírez Acuña, de la dirección del CEAS piloteada por Dau Flores: “ellos dicen que somos pueblos fantasma porque es más fácil inundar un pueblo que no tiene habitantes”.

Ahora, el fantasma ronda por los pueblos que están en la mira, inaugurando la puntería de una obra hidráulica que alcance los grifos de León, Guanajuato. Ese fantasma se llama dinero, mucho dinero, por carretilladas. Y los constructores, como quien pide al cielo encontrar un tesoro, ruegan a todos los santos que se haga una realidad la firma del cheque para comprar la pólvora, para pagarles a los camiones transportadores de grava y arena, para la adquisición del cemento, para la instalación de ductos que trasporten agua.
Acassico, Palmarejo, Temacapulín viven con miedo y esperanzados en que todo sea una broma. Levantan sus oraciones al altar y directamente al cielo, pero también se arman y quieren sentir que la vida se acaba lo mismo luchando que ahogados en 20 metros de agua. Ahí está ahora el fantasma. De esos que violentan la vida en el futuro. De esos que no saben lo que está costando ponerle piso a las casas, comprar la estufa, hacer el patio, resanar las goteras. Ese fantasma sabe sólo de precios comerciales y libros de catastro. Tiene una chequera y recursos federales, por montones, porque no hay futuro sin agua y no hay agua distinta a la que se mete en diques, para ahogar lentamente a quienes ven pasar el líquido del otro lado del cemento, exactamente como en Nueva Orleans.
El presidente Fox ya está muerto. Quedó colgado del único árbol que tiene Acassico en las cercanías del kiosko, junto al templo, por donde pasan igual los caballos, los perros, los carros y los transeúntes. En donde llegan los que vienen de California y los que se van a buscar secundaria para sus hijos en Yahualica. Ahí está Fox, aunque algún panista vino y le quitó la máscara al espantapájaros colgado del cuello, para no afectar la imagen del jefe del Ejecutivo. Según él. Pero todos saben quién es el monigote que tiene en la mano un litro de agua Ciel.
Los pueblos fantasmas de Claudia de la Torre sí existen, es posible verlos, y no se necesita un cazafantasmas ni videntes ni adivinos ni fuerzas extrasensoriales. Basta con llegar a las calles cuando el sol quema los brazos, atiza la cara, hace escurrir el calor por el cuerpo. Son pueblos con nombre, con pasado y… y ¿con futuro? Nadie sabe. Todos esperan que el futuro se vista de un color distinto al verde del ejército. Quisieran que la maldición se acabe, que la premonición sea un mal gesto y que no mande más nadie venido de fuera proponiendo diques en terrenos que no conoce.
Eso sí, cuando se trata de juntarse en la plaza, de platicar con los vecinos, o de hacer la peregrinación. Cuando se trata de escuchar misa, de cosechar los chiles de árbol o de irse a pescar al río, el pueblo fantasma se convierte en una algarabía, en una comunidad alegre, en la plenitud de los colores, en el regocijo de la vida, en la razón de ser. Y entonces queda claro lo que es el pueblo y lo que son los fantasmas.
El pueblo se llama Acassico, Palmarejo y Temacapulín. Los fantasmas: Vicente Fox, León Guanajuato, Enrique Dau y Francisco Ramírez Acuña. Ah, también se llama “la presa de El Zapotillo”.

Miguel Ángel Casillas Báez es Director Editorial de "El Diario de los Altos". Jalostotitlan, Jalisco.