Con palabras cortas y pasos largos llegamos hasta el hotel. Casi no hablaste durante el trayecto y mis intentos por sacarte del hoyo en el que te sumergiste desde que salimos de la morgue fueron en vano.
Yo sólo quería una foto, sólo eso—Repetías y te hundías, y me hundías en el silencio que queda después de la muerte.
La calle seguía sin un auto estacionado, como aquella tarde en que se hizo el milagro la primera vez, ¿te acuerdas? Habíamos estado sentados en una tumba del panteón durante varias horas, discutiendo del amor que no sentíamos y la miseria que se presenta en los momentos de pasión no deseada. Caminamos toda la cuadra hasta llegar a Hospital, entonces volteaste y observaste la limpieza de la calle.
--Así debe llegar la muerte... cuando no hay un carro que nos libre, cuando no hay ruido, cuando las paredes o las sábanas –que para el caso es lo mismo— son tan blancas que es la imagen más limpia que te llevas.
Y sucedió. Una camioneta del SEMEFO pasó junto a nosotros y se estacionó en la puerta de la morgue. Te tomé de la mano, supe que también te habías quedado helado. El chofer de la camioneta y un camillero se bajaron a toda prisa, abrieron la puerta de la caja y bajaron en una camilla un cuerpo inerte cubierto por una sábana blanca, sin manchas de sangre, sin gotas de violencia. Como buen fotógrafo apuraste tu mano a la mochila... no había cámara. Aún así no soltaste mimano. Permanecimos en silencio, respetando el paso del muerto sin prisas... No llegó un solo carro detrás. No hubo lágrimas ni lamentos, un fiambre olvidado, un despojo que sería olvido para ser parte de una mesa quirúrgica o a quien su familia reclamaría en el transcurso de las próximas dos semanas, y ¿a quién le importa eso ahora?
Aunque no hubo fotografía aquella vez, juramos que regresaríamos cuantas veces fuera necesario a cazar esa fotografía. Todos los jueves te iba a encontrar a La Fuente y después de dos cervezas y tres besos, abandonábamos el lugar para “ir a encontrarnos con la muerte”. Nos sentábamos en la esquina de Hospital y Belén, y permanecíamos en silencio durante horas esperando que se diera el milagro, aguantando el sol caer sobre nuestras cabezas como las miradas de los chavos de la Escuela de Medicina. Un par de locos esperando que llegue la muerte.
Sin embargo no bastó mi fidelidad a tu empresa, mis ánimos y el tétrico entusiasmo con que te acompañaba a la famosa esquina. En una borrachera me dijiste que no querías volver a saber de mí. Que me dabas chance de largarme y hacer de mi vida lo que me diera la gana, que para rollos fúnebres eran más pesadas las de artes plásticas, y te fuiste. Dos jueves pasaron hasta que nos volvimos a encontrar.
Te divisé sentado sobre la banqueta de hospital, viendo hacia la morgue como cada jueves nuestro. La calle estaba vacía de carros, el sol pegaba sobre tu frente y no había nada que detuviera la toma. Tuve tiempo para cerciorarme de que estabas solo, que ninguna otra te había acompañado, y quise avisarte, advertirte de no tomar esa fotografía.
La camioneta llegó sin trabas hasta las puertas del Servicio Médico Forense; escuché las puertas del chofer y el camillero abrirse y cerrarse casi simultáneamente. Sus pasos rápidos para abrir la puerta de la caja. Entonces vi como me bajaban, sin cuidados, sin miramientos. Mi cabeza rebotó sobre la plancha helada, el sonido hueco del cráneo contra el acero... nada, ninguna atención. Y en la esquina tú, tomando la fotografía. Un automóvil conocido pasó junto a ti, se detuvo atrás de la camioneta. Al principio caminaste de prisa, después empezaste a correr hasta detenerte frente a mi hermano.
No quise ver más. Nunca había estado en una morgue y para mí aquello era novedad. Pero me regresó a tu lado el cariño que mientras pude te negué. Te vi pegarle al azulejo de las paredes, y sacudir tu cabeza continuamente. Te vi llorar, casi gritar.
No me moviste nada. No hice nada por ti, mas que tomarte de la mano y acompañarte de regreso a tu hotel. A cada paso nuestro intentaba que vieras que las palomas son graciosas cuando caminan, que hay charcos de agua en los que puedes ver un pedazo de cielo, que hay luz, que el aire no se cansa de ir y venir, que los cigarros que compraste ayer, hoy cambiaron de precio. Que el milagro de la vida está íntimamente relacionado con el milagro de la muerte.
miércoles, mayo 04, 2005
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1 comentario:
Muy chido mostra, gracias por compartirlo.
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