Para la Srita. Sic y su Bubu
Yo no quería adoptar a nadie; ellos solitos llegaron. Primero fue ella, con sus 25 desbocados años, tan locos como su cabello, como su risa, como sus ideas; pidiendo seriedad cuando ella misma es una fiesta. Cuando te conocí mi cabello era igual de absurdo, y mis ideas eran tan abstractas o más de las que tiene ahora ella. Te amé como ella lo ama ahora a él. Por eso decidí adoptarlos como míos, como nuestros. Me pides que te escriba acerca de ellos y los dedos se me traban al recordarnos a nosotros. La veo a ella, con sonrisa ingenua, con su piel de niña, queriendo jugar a que seduce, a que lo sabe todo, a que lo prueba todo. Juega con él a ser grandes, sin saber que son gigantes. El lleva notas musicales en sus bolsillos para cuando a ella se le ocurre ponerse a bailar. Y ella baila, sólo baila, se entrega a esa música tan de ella, de nadie más; baila en círculos como si fuera un espiral y el universo flotara en torno suyo hasta que los pies no pueden más y se desploma, siempre en los brazos de él, que la está esperando, que no piensa en otra cosa más que en el momento en que ella deje de brincar en un solo pie para bajarle las estrellas que se enredaron en su cabello. Entonces la bestia se convierte en niño. ella con paciencia infinita de amante por ser amada, se entrega a las caricias en su cabello. Sabe que debe esperar a que se le caigan las estrellas para volverse noche como sus ojos. Los dedos de él avanzan poco a poco hasta llegar al fondo de esa mata de sueños, los va desdoblando entre besos y miradas: aquí te sueño mico, saltando de rama en rama, escapando de mis manos; aquí te sueño niña refugiándote en mis brazos; pero aquí estás madura como la naranja que soñé sobre la mesa y no he probado... los besos siguen desgajando la piel que brota bajo su cuello, el de ella. Él se toma su tiempo para ir desvelándola de a poquito, han caído los zapatos de ambos confundiéndose en su propia orgía bajo la cama. Arriba los amantes se entrelazan, ella susurra canciones que no comprende, él le acaricia las cuerdas que la hacen vibrar, no hay escalas en esta pieza, el silencio se transforma en murmuraciones suaves, en dulces aromas que los inundan como barquitos de papel en el torrente de la tormenta de sus cuerpos. Los dos se nutren por ellos mismos: si ella no está, piensa él, me siento errante, ¿si él desaparece, piensa ella, a quién le entregaré las estrellas de mi pelo?; así se van yendo juntos, como nos han ido llegando a ti y a mi, de a poquito, despacito, en dosis precisas de risas y piensos, de amor visto en otros hoy, con los ojos con que nos vimos tú y yo, ayer.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario