lunes, mayo 02, 2005

ReEscribir

El dolor de cabeza lo levantó de la cama; miró el reloj despertador, bostezó, caminó al baño, encendió la luz, se tragó una aspirina sin agua. En el espejo sus ojos, las ojeras, el cabello revuelto. En su cerebro las ideas que, como un concierto de cámara, resonaban en las paredes de su cabeza, atrás de los párpados, ¿o en la frente?, tenía que volver a escribir algo, lo que fuera, cualquier cosa, había que soltar los dedos y liberarse. Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que puso fin a un texto dejando que el polvo hiciera su ecosistema entre el papel y su idea, ¿un año, un mes, diez días, cuánto?

Salió de su cuarto y camino al estudio. Abrió, no sin dudarlo un poco, la puerta. Frente a él su escritorio, papelitos de colores pegados sobre el monitor, con pendientes en forma de ojos de hace mucho tiempo, tanto, que se habían cansado de esperarlo y ahora parecían cerrados, guardando en su infinito las palabras que en algún momento tendría que escribir. Caminó sobre la alfombra dejando la luz apagada, el reflejo de las luces de la calle iluminaban la habitación con un ligero resplandor exento de cualquier manifestación violenta. Su sillón lo recibió con un suave lamento que le trajo, de golpe, el tiempo lejos de él, sintió la cálida bienvenida como si se tratara de un viejo amigo con quien no se comunicaba desde hacía tiempo.

En su memoria se apilaron los recuerdos que motivaron el cisma: el cierre de la revista en la que había colaborado durante cinco años, la desaprobación de su beca para estudiar en Francia, el despido del periódico en el que había trabajado como editor durante 15 años y el consecuente abandono de Sofía, al no poder ella sola mantener la alegría, la estabilidad y el amor. No era falta de amor, él lo supo desde el primer momento, era la necesidad de la promesa de tiempos mejores que él sencillamente descartó cuando las cosas empezaron a ir mal.

Encendió la computadora; un ruido como de tierra moviéndose se escuchó en algún punto de la habitación. Se levantó del sillón, caminó unos pasos y tomó el cenicero, se volvió a sentar. Un olor húmedo recorrió su nariz. Se levantó nuevamente y abrió la ventana. Afuera, el ruido, el caos, rumor amargo de noches insomnes. Adentro la pantalla frente al sillón, esperándolo, resplandeció en el silencio de la noche. Soles y estrellas comenzaron a danzar frente a sus ojos. Tuvo el impulso de apagar la computadora y correr hacia cualquier parte, sin embargo aceptó el reto, siguió con su mirada el baile universal frente a sus ojos, puso los dedos sobre el teclado, presionó la letra E y los soles infinitos comenzaron a fluir al exterior pasando por la ventana, luego siguió la letra L y las estrellas siguieron el camino de los soles, las letras D, O, L, O, R, salieron una tras otra del monitor, haciéndose cada vez más grandes, cambiando su tipografía en un ritmo vertiginoso de voces muertas y sueños vivos.

Sintió la angustia creciéndole por los pies, enredándose entre sus piernas, como víboras nacidas en ese momento del fango (¿fango?) bajo sus pies. Cientos de espinas penetrándole la piel de la espalda a la altura de los pulmones lo impulsaron a levantarse del sillón, pero de nuevo la angustia disfrazada de víbora lo aprisionó en el asiento. Quiso gritar y el temor de que le salieran por la boca los demonios en forma de escarabajos que se le paseaban por los dientes lo hizo apretar aún más sus labios. Intentó tragar saliva y sintió un enjambre de abejas cerrándose en su garganta. Sus dedos no respondieron a la orden de borrar lo escrito, su corazón comenzó a bajar el ritmo de sus latidos hasta casi perder el sentido.

Cerró los ojos y comenzó a respirar profunda y lentamente, respira... exhala... respira... exhala... el olor... respira... es húmedo... exhala... hay tierra... respira... exhala... bajo sus pies... respira... los soles... exhala... estrellas... respira...

Abrió los ojos. El resplandor de la pantalla lo deslumbró un poco, en un reflejo se tocó los brazos, el vientre, las piernas; el olor a humedad había desaparecido, en la pantalla estaba abierto el cuadro en blanco del procesador de textos, se dio cuenta de que nuevamente estaba él solo en su estudio, frente a la computadora. La ventana seguía abierta, se levantó y se acercó a ella, sintió el fresco de la noche en su rostro y se sintió aliviado. Sobre el escritorio comenzó a timbrar el teléfono, dejó que la contestadora se hiciera cargo, escuchó: “¿Jorge?, comunícate conmigo hermano, hay una oportunidad en un periódico de la capital, no tienes que irte a vivir allá; échame un grito, va?”.

Volver a escribir, una oportunidad para volver a escribir, finalmente era lo que estaba buscando al sentarse momentos antes frente al monitor. Imaginó el gesto de Sofía al plantearle la situación, la forma en que inclinaría un poco la cabeza como si calculara el riesgo de la oferta y el riesgo de haberse tomado el tiempo para escucharlo de nuevo. Tomó el teléfono y marcó, uno, dos, tres tonos: “Por el momento me es imposible contestar...” Colgó.
Nuevamente se sentó sobre el sillón frente a la pantalla. Había que volver a escribir, pero no escribir cualquier cosa, había que ofrecerse de nuevo, entregarse, guardarse bien del miedo, del dolor, de la angustia. Puso los dedos sobre el teclado una vez más, dejó que la humedad le acariciara la piel, bajo sus pies sintió tierra nueva rozando sus tobillos. Escribió: “Se sentía tan a gusto que quiso volver a escribir”.

Bajo el sillón, una alfombra de pasto y alhelíes se fue tejiendo a sus pies.

1 comentario:

Ernesto Rodsan dijo...

Mostra que gusto que hayas abierto un blog, donde derramar los pensamientos se vuelve un habito. En horabuena y que se mantengan los dedos ocupados