lunes, febrero 13, 2006

Sobrecama X

Eres un recuerdo borroso, como trazo difuminado sobre lienzo sucio, como humo de cigarro en mitad de la pista de baile de un burdel de cuarta, difuso como visión nocturna alcoholosa, como mirada en medio del llanto. Borroso tu recuerdo, tu silueta sentada al borde de la cama, tu sonrisa siniestra al hacer el trato. Ya se borró tu saliva del corte de mi cuello, tampoco siento el lento descenso de tu semen por mi entrepierna y mi piel ya no brilla con tu sudor; aún así, sé que no te has ido. Quedan las huellas de tus dedos alrededor de mi cuello, algunas marcas subcutáneas de sangre amotinada a lo largo de mi espalda y no siento mis piernas, tampoco mis brazos. Tal vez estoy muerta, pero es tan doloroso todavía… ¿o ya no me duele?, ¿acaso sea el recuerdo de un dolor antiguo?... ya no recuerdo tus gritos, ni siquiera sé si te había hecho enojar, ¿estabas enojado?... Parece que todo se me está olvidando de a poquito, no recuerdo mi nombre, tampoco el nombre que quisiste grabar en mis oídos, en mi cerebro, ¿era puta o piruja?, ya no importa, nunca importó. Sé que mi cama recordará nuestra batalla, porque las camas tienen memoria, memoria de los cuerpos, de los fluidos, de los olores, memoria del peso que me torturaba cada noche y que nunca fue el mismo, hasta que te encontré ¿o me encontraste? Se me está acabando el tiempo y tú tienes que irte. Ve y piérdete por calles que no conozcas, que no hayas caminado nunca, sé un rostro anónimo, apenas nadie y no cierres la puerta al salir, revisarán todo, preguntarán a todos, pero tú y yo no les diremos nada. Será lo que tenga que ser; otro crimen, otra rayita para las estadísticas, un nuevo expediente que se empolvará sobre la mesa de un ministerio público que ni siquiera leerá cuál es mi nombre –si es que alguna vez tuve uno real— y lo ensuciará –mi nombre y el expediente-- con salsa de tomate o comentarios tan sucios como este cuarto en el que fui tan tuya, por tan poquito tiempo. Es hora de que te vayas, tu tiempo se ha acabado y sólo pagaste dos horas por adelantado. Ve y piérdete y no cierres la puerta cuando salgas, no toques, pero tampoco olvides nada. Y así, nadie, nunca, recordará lo que tú y yo fuimos.

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