lunes, agosto 15, 2005

Sobrecama VI


“¿y eso?”, preguntas con sonrisa apagada sin apartarme de tu lado. “¿qué?” te contesto pegándome más a tu piel, siempre me ha gustado pegarme a ti después de hacer el amor, sentir tu respiración retomar su ritmo habitual me devuelve a la realidad suavemente, sabiendo que no necesito salir corriendo para sentirme segura de mí misma, autosuficiente, fuerte. “ya, deja de mover los pies bajo la sábana...” “¿mande?”, “sí, nunca he entendido por qué mueves los pies así...” “así, ¿cómo?” “como si bailaras”... tomas el control de la televisión sin soltarme, sé que no te molesta el que mueva los pies, sólo te llama la atención, como si fuera algo nuevo a pesar de los años que llevamos juntos.

Siempre te he desquiciado a propósito y no, con mis manías. Nunca me creíste que yo no permitía que me tomaran de la mano. Creo que fue el primero de los retos que tomaste para acercarte a mí. Te lo dije el día que nos conocimos en aquel café-nevería con teléfonos en cada mesa; yo iba con mis amigas de la prepa, tú estabas solo. Recuerdo que llamaste nuestra atención por considerarte demasiado viejo para estar en un café de moda; a los 17 uno cree que cualquier edad después de los 25 significa la entrada a las ligas menores de la tercera edad. Poco a poco fueron llegando los novios de mis compañeras y se fue vaciando la mesa hasta que me dejaron sola. Entonces volteaste hacia mí y sonreíste; mi reacción fue la misma que he conservado 15 años después, pedí la cuenta y salí tropezándome entre la gente, sin voltear atrás.

Caminé una o dos calles hasta llegar a la avenida para tomar el autobús de regreso a casa, atormentándome con la idea de por qué me habías sonreído y peor aún, por qué tuve que huir de esa manera. Cuando llegué a la parada el cielo era una nube gris sobre mis hombros, para ese momento mi mente elaboraba la excusa que más tarde y por teléfono tendría que darle a Concha explicándole mi salida sin despedirme de nadie; aunada a la invención de la historia fantástica de mi tarde con las amigas en el nuevo café de moda para que mis padres, complacidos, me siguieran creyendo el centro de atención con mi grupo de compañeras y amigos.

Entonces volviste a aparecer. Fue una viejita que estaba a mi lado la que me indicó con el dedo de que me estabas llamando desde tu carro. El viento para entonces hacía imposible escuchar lo que intentabas decirme desde el auto, así que me acerqué. “Súbete” no lo pensé dos veces, abrí la puerta y me senté a tu lado, el calor dentro del carro relajó mis músculos pero no me atreví a mirarte. En la radio Joselino Vazquez coqueteaba con una chica al teléfono mientras se escuchaba de fondo “Solos en América” de Miguel Mateos. “¿A dónde vas?”, “a mi casa” te contesté sin levantar la mirada de la falda a cuadros. Seguiste conduciendo sin prisa, gotas pesadas comenzaron a caer sobre el carro, sonreí para mis adentros alegrándome de no estar afuera. En la Minerva preguntaste de nuevo “¿por dónde le sigo?” “derecho”, “¿cómo te llamas?”, “Andrea”, “yo soy Carlos Villaseñor”, “mucho gusto” y entonces te miré, pero tú a mí no. “¿te dejó plantada tu novio?”, “no”, “¿por dónde vives?” “por el Fray Pedro”, “¿estudias allí?”, “no”, mentí y mordí mis labios, como siempre que digo una mentira, “y ese uniforme ¿de qué escuela es?”, “no es uniforme, es la moda”, “ah, mira...” Llegamos a Manuel Acuña, volviste a preguntar “y ahora, para dónde”, “derecho, por la lateral, vamos a dar vuelta en José María Vigil para entrar por Jesús García”, me arrepentí de darte las instrucciones tan claras cuando vi que empezaste a acelerar. Me atreví a preguntarte “¿te dejó plantado tu novia?”, dudaste un segundo antes de contestar “no” contestaste y consultaste tu reloj “debe estar llegando en este momento al café”, añadiste, “y entonces, ¿por qué estás aquí?”, “porque no quería quedarme sin conocer tu sonrisa”. “No tengo que llegar a mi casa... todavía”, “¿quieres que vayamos a un café?”, “no”, “¿qué quieres hacer?”, “lo que sea”. Seguiste mis indicaciones y al llegar a López Mateos y Luis Pérez Verdía, buscaste dónde estacionarte; “¿has probado las aguas frescas que venden aquí?”, “no”, “¿quieres una?”... no me diste tiempo para contestar, ya te habías bajado del carro y venías en dirección mía para abrirme la puerta y ayudarme a bajar, no entendí el gesto de caballerosidad cuando extendiste tu mano hacia mí y yo la rechacé pretendiendo acomodar mi cabello. Al estar sobre la acera me di cuenta de tu altura, fácilmente me sobrepasabas por dos cabezas, me cediste el lado izquierdo de la acera y como un reflejo intentaste de nuevo tomar mi mano. Instintivamente la aparté. “¿por qué no quieres que te tome de la mano?”, “porque no me gusta”, “no será porque no somos novios?”, “no, nomás porque no me gusta”, “¿cómo que no te gusta?”, “no, no me gusta comprometer mi paso”, “no se trata de eso”, “para mí sí”, “¿y si te beso, me dejas que te tome de la mano?”, “no”, entonces me besaste y yo me colgué de tu cuello y cuando nos separamos no dejé que me tomaras de la mano.

Regresé a tu lado cuando sentí el frío del abandono de mi cuerpo por el tuyo. “¿a dónde vas?” te pregunté al verte de pié junto a la cama. “voy a ver si apagaron la tele los niños”, me mandaste un beso y saliste de la habitación. Sola, volví a darme cuenta de que estaba moviendo los pies bajo la sábana, como un reflejo lejano de otros tiempos, cuando tenía que huir de cualquier situación que me involucrara un poco más de lo que podía enfrentar.

2 comentarios:

Ernesto Rodsan dijo...

Qué bonito mostra, qué bonito, la neta. Ya lo comentamos, nada más para reiterar lo tapatío y lo chido de tu sobrecama.
Abrazos

Ernesto Rodsan dijo...

Mira que curiosos. Fue un comment a medias; a ver si esta vez sí se publica. Muy buena idea la de los pies. Yo con el cigarro soy feliz.