El sábado fuimos a ver Ratatouille. Es una película si bien hermosa, descabellada. Sólo a Pixar se le puede ocurrir meter una rata a la cocina y hacerla Chef. Realmente muero porque mi cuñado la vea y saber qué opina de la película. A la PRF le encantó el ratoncito y ya quiere uno que viva en la cocina y se le suba a la noni a la cabeza.
La película me encantó, pero también me transportó. En 1998 estuve en París, pero mi verdadero viaje, en todos los sentidos, fue en Alemania. Allá conocí a Karsten Essen, estudiante entonces de Filología Inglesa y ahora Doctor en Filología, nuestras veladas transcurrieron entre Wagner, Keats, Paz, Wilde the wild, besos y vino tinto. Creo que a pesar de los años y del poco tiempo que compartimos en Mainz; todavía cuando despierto en la madrugada y escucho algún tren lejano, me remite, invariablemente, a aquel departamentito de la calle Richard Schirrmann, en donde tantas madrugadas el ruido del tren acompañó nuestras pláticas, nuestros sueños tan distintos y al mismo tiempo tan iguales.
Aquí va la reminiscencia más fiel, échenle un ojo y ya me dirán si tengo o no tengo razón de andar flipando por algo que pasó hace tanto tiempo.
lunes, julio 23, 2007
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1 comentario:
No te claves. Es la copia fiel. Qué barbaro, jajjaja.
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