Al primer presidente de México que recuerdo, es a José López Portillo, si bien nací en tiempos Echeverristas, de éste casi no guardo ninguna impresión, imágen, figura, voz vívida. Todo lo referente a Luis Echeverría Álvarez, lo aprendí por los libros, los comentarios exacerbados de mi papá y mis tíos, el odio irremediable de los compañeros de la Facultad de Filosofía y Letras de la UdeG, etcétera; pero que yo me acuerde personalmente de él... no, definitivamente no. Con López Portillo la situación fue diferente. En 1978 entré a la Escuela Primaria Urbana Número 35, Lic. Gabriel Ramos Millán (amén), que si bien era una escuela relativamente pequeña, en el corazón del barrio de Santa Teresita, el sentimiento cívico, de profundo respeto y admiración por todo lo que fuera postrevolucionario, presidenciable y gobernable, se respiraba en cada rincón de la escuela gracias a las políticas educativas que se impusieron en el estado durante el sexenio de Dn. Agustín Yáñez, a quien los jaliscienses le debemos la Minerva, la Biblioteca Pública del Estado (qepd), la Escuela Normal de Jalisco, entre otros muchos edificios y monumentos refeos pero renecesarios para la ciudad de Guadalajara de los 50's. Cada lunes, los alumnos íbamos vestidos de blanco para honrar a la Bandera, cantábamos el Himno Nacional Mexicano, también aquella canción que cantaba "Se levanta en el asta mi bandera..." e incluso hubo alguna ocasión en que la directora, Dna. Ofelia Sánchez, nos recitara un fragmento de la Suave Patria de Ramón López Velarde, con su pañuelito blanco bordado en una mano (para secarse la lagrimita traicionera) y un micrófono enorme en la otra por el que su voz, ronca como locomotora vieja, llenaba el patio y el temor de todos los alumnos de la escuela. Por supuesto, para regresar al salón de clases, siempre nos acompañaba "La Marcha de Zacatecas". Ante semejantes despliegues cívico-patrios y un acervo bastante importante de familiares con un profundo sentido de la patria, la educación y el decoro (mi abuela y todas sus hermanas fueron maestras de primaria, todos mis tíos gritan igual que diputados en el pleno, mi papá es alegador como Senador en la Cámara y mi mamá, con la sencillez de su sabiduría, impregna de entusiasmo la más pequeña festividad cívica), era casi natural que mi atención comenzara a centrarse en la figura del Sr. Presidente a muy temprana edad.
López Portillo fue, para mí y desde mi perspectiva infantil El Sr. Presidente, así, en mayúsculas y negritas. Me impactó mucho verlo dar el informe de gobierno un primero de septiembre -entonces no íbamos a la escuela, pero las maestras nos dejaban una pequeña "composición" del Informe-, escucharlo hablar, verlo con tanta seguridad en sí mismo, causó una impresión tremenda en mi pequeño cerebro de niña. Con el paso de los años, los libros, los escándalos en torno a su figura, la Sasha y la sanfrancia que se armó en torno a su muerte, pasó de la grandeza a lo grotesco, casi sin escalas.
Fue un primero de diciembre de 1982, que ví la primera sucesión presidencial. Miguel de la Madrid, tan guapo todo él, recibía de manos de López Portillo la banda presidencial y la estafeta para los siguientes seis años. Con un país sumergido en una crisis política y económica que si bien me tocó vivir, no experimenté del todo (seguía teniendo mis dulces, mis vacaciones en el mar dos veces por año, mis estrenos para las fiestas, mis juguetes en navidad), me llegué a aficionar, aún más, con la figura del primer mandantario. Incluso sentí simpatía por él cuando se dieron los terremotos en el 85, y cuando empezaron a caer los narcotraficantes "pesados" de la época en las cárceles, recordemos el incidente Caro Quintero. Si con López Portillo se vivió el despilfarro de los recursos discursivos y monetarios, Miguel de la Madrid Hurtado optó por la prudencia y casi pasó totalmente inadvertido entre los presidentes de México, aunque era guapo, sí... era guapo el señor.
En el 88, casi me sentí defraudada, si bien no podía votar todavía, mi interés por la política iba in crescendo. López Portillo y Miguel de la Madrid, habían sido a mis ojos de niña preadolescente, dignos representantes de portar una banda tan grande y tan bonita en su pecho. Y sin embargo, ahora un ente chaparrito, orejón, cara de ratón, se atrevía a subirse al estrado para recibirla. Sí, estoy hablando de Carlos Salinas de Gortari. Ni guapo, ni atractivo, ni siquiera interesante se veía el mequetrefe éste. Entonces yo estaba a punto de salir de la secundaria, que fue mi único tropezón en escuela religiosa, y me urgía entrar en una de las prepas de la UdeG, en donde me platicaban que las puertas estaban abiertas todo el día, que el chiste era que no te vieran los prefectos afuera del salón para que no te reportaran, que tus calificaciones dependían de tus asistencias y que las fiestas de los alumnos eran las mejores de la ciudad. Era cuestión de esperar unos meses para que la píldora del encantamiento por el primer mundo y sus virtudes pasara suavemente por nuestros cerebros al compás de los discursos y propuestas del primer mandatario. Todo era rebonito, el peso mexicano se sostuvo en 3.00 pesos frente al dólar por casi 6 años; el petróleo se vendía mejor que nunca, las relaciones comerciales con los Estados Unidos iban viento en popa, se planificó el TLCAN, se conoció a jóvenes priístas tomando cargos fuertes en el gabinete, cayó en la cárcel el más grande líder sindical, hasta entonces en México, Joaquín Hernández Galicia, alias "La Quina"; salió Guillermo Ochoa de la barra de programación de Televisa y cayó también en la cárcel el Chapo Guzmán, en fin, un presidente jóven, con doctrinas económicas que después serían incluídas en programas de estudio de las mejores universidades de Estados Unidos e Inglaterra... todo era tan bonito, hasta que, nos cogió el pelón por sorpresa y a su salida, una crisis monumental, casi semejante a la vivida en los periodos echeverrista y lopezportillista, con la pequeña diferencia, que ahora sí la padecí al cien por ciento. Mi papá tuvo que cerrar su fábrica de zapatos, tuvimos que emigrar por dos años en busca de mejores oportunidades de trabajo, y mis salidas al cine, a tomar un café, a comer con los amigos, se fueron reduciendo exponencialmente. Mi gusto por la política comenzó a decaer a niveles casi depresivos hasta que...
Llegó, gracias al patricidio y no a mi primera incursión en la "democracia" mexicana, Ernesto Zedillo Ponce de León a la silla presidencial. En ese momento francamente yo estaba enojada con mi país, indignada, resongando de todo lo que tuviera tintes políticos, patrióticos o patrioteros. Mi opción en la oposición era seguir ciegamente a Cuauhtémoc Cárdenas, incluso pensaba hacerme militante del PRD. Aunque otra parte de mí, tenía la intención de nada más terminar la licenciatura, agarraría mis libros y mis chivas y me mudaría a otro planeta, Australia, Canadá, Singapur, cualquier lugar lejos del mugrero político que estaba viviendo y que, no me dejaba mayores opciones. Sin embargo, el tiempo pasó. Zedillo sacó adelante su chamba, mal y como pudo, y se empezó a escuchar, desde el bajío mexicano, la en-botada voz de un ranchero enamorado, que quería ser presidente. La neta a mí me caía mal el neoempresario guanajuatense con ínfulas mesiánicas tan parecidas a las que trae otro sureño, ahora tan criticado, pues... pero de eso ya casi no hay memoria, creo que muchos de los mexicanos padecemos esa "amnesia oportuna" y nos dejamos llevar por los bonitos anuncios de televisión que nos advierten de peligros inminentes de caer en manos de las fuerzas del mal.
Cuando todo me caía mal en Zedillo, tanto que casi ni lo tomé en cuenta como mandatario, llega la noche del 2 de julio de 2000. Todavía persiste en mi memoria el rostro desencajado del Sr. Presidente, a lado de aquella pintura inolvidable de Dn. Benito Juárez que de tanto estar en el despacho del presidente, ya hasta se le dibujaba cierta sonrisa, él tan oaxaqueño, tan orgulloso y con esa sonrisita medio forzada, como si fuera la Monalisa del Palacio de Gobierno... pero bueno, remembranzas pues de Zedillo, a nivel nacional, rostro desencajado por una "gripa oficial", dando el triunfo de las elecciones al candidato de la oposición Vicente Fox Quezada.
Y todo se pintó de azul. Se mochó al águila del escudo nacional, hubo boda presidencial en los pinos con la ex-vocera de la presidencia, se invitó al hijo del Tata a continuar con la chamba que dejó la ahora Primera Dama, y empezó una larga e inigualable (al menos eso espero) lista de pendejadas, entuertos, dimes y diretes; durante los seis años más largos de mi vida. del 2000-2006, viví un conato de boda, me exilié como consecuencia de la misma para no dar explicaciones ni regodearme en el dolor con los demás; mi sueldo ha permanecido inmóvil durante 5 años, tuve una hija, se sumaron responsabilidades y gastos; pero no abrí un microchangarro, no soy beneficiaria del programa Oportunidades, tampoco me dieron una vivienda por ser madre soltera, ni siquiera tengo vales de transporte urbano... pero eso sí, vivo en un estado democrático y de libertad de expresión, sin parangón en la historia de la política "moderna" de mi país. ¡malo, malo, malo, pero qué bonito, chingado!
Y ahora, que todo seguirá de azul, creo prudente hacer silencio y retomar, si se puede, dentro de seis años el tema. Salud y provecho para las fiestas patrias.
miércoles, septiembre 13, 2006
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