¿Cuándo perdí la consciencia de ti?, ¿Cuándo te negué tres veces?, ¿Cuándo se tranquilizaron mis aguas?, ¿Cuándo dejé de pensarte, de sentirte, de olvidarte?
Hace cinco años, cuatro meses y 10 días comencé el arduo y lento trabajo por intentar dejarte atrás. No fue tarea fácil. Los primeros nueve meses te lloré en soledad compartida. Cuando compartía mi sangre y mis ilusiones con el pequeño ser que aún no conocía, pero que me exigía a seguir respirando con el único fin de conocernos algún día.
Al tiempo, las lágrimas y los reproches fueron quedando olvidados entre paños y compresas;
entre risas y lágrimas que reclamaban mi total atención, mi gentileza, los mimos, mis afectos.
Y hoy, en 20 de junio, con total estupor, con miedo y nostalgia y llanto contenido, me redescubro pensándote, sintiéndote cerca como una presencia antediluvial que no se ha terminado de ir. Hoy sé que no terminarás de irte. Me lo grita en mi cara tus ojos niños, tu nariz recta, lo necio que siempre has sido aún en las situaciones más simples, más sencillas.
Sé que seguirás cada uno de mis pasos. Sé que acompañarás mis movimientos torpes, uno a uno.
Yo no quería compartir, de verdad. Yo no quiero volver a recordarte. No quiero sentirte, no quiero verte, no quiero oírte...
Pero compartimos la sangre y la sangre está viva, y se ríe y a veces también llora, sobre todo cuando no logra dar a entender sus conceptos tan grandes y complicados, como sus ideas y sus sueños, como sus miedos y sus desvelos.
Esa vida que me diste, sin tú querer ni yo pedirla, me vuelve más fuerte cada día pero también me hace pequeña. Y soy amiga cuando jugamos a invertir los papeles y entonces me pide que coma, que salte o que me aprenda bien todos los números, que son 10 y por eso son tantos. Y soy guardiana cuando estamos lejos de casa y hay mil peligros que me imagino o me invento peligrosísimos acechando cada paso que da. Y soy tutora, cuando nos sentamos en la mesa redonda y discutimos si la colita del cinco va a la derecha porque si fuera a la izquierda parecería un tres malhecho. Y soy un ángel cuando me acuesto a su lado en las noches y me quedo calladita esperando escuchar su respiración dormida. Y soy implacable cuando hay que lavarse los dientes y las manos y tallarse las uñas para matar las bacterias acumuladas durante el día. Y soy nutrióloga, médico, guía espiritual, manual de carreño, enciclopedia, diccionario, kleenex, vertedero de lágrimas, criadora de sus sonrisas... Y todo, todo absolutamente hoy descubro que también te pertenece aunque no estés. Y eso, me asusta tanto como el miedo de no reconocerlo.
¿Cuándo pasaron cinco años?
¿Cuándo perdí la noción del tiempo?
¿Cuándo te desvaneciste?
¿Cuándo mi temor de ti se diluyó en las sombras?
¿Cuándo dejaste de ser tan sólo un nombre, una pequeña nostalgia, un rostro casi olvidado?
Pues bien, Señor-Amigo, con quien no comparto mis ideas políticas ni mis sueños convertidos en letras, con quien discutí hasta la médula para que mi razón fuera más fuerte que tus deseos. Aquí estoy, vulnerable, sensible, asustada. Recordando. Recordándonos. Con las lágrimas al borde de mis ojos. Comprobando, una vez más, que gracias a ti conocí el sentido de la vida. Que fue tuyo y de nadie más el regalo más grande que la vida pudo ofrecerme.
Y tengo susto, mucho susto.