zurcir es igual a reparar, arreglar, unir, pegar, componer, remendar, es un verbo transitivo en estricto sentido. uno no puede zurcir el viento, pero sí el tiempo. así mismo, uno no puede zurcir lo que nunca se ha roto.
vengo de una familia de zapateros remendones y siempre ha habido una máquina de coser en casa. paradógicamente yo no sé coser, quizá mi ceguera me lleva a la desesperación cuando me doy cuenta de que ni siquiera puedo ensartar una aguja y entonces desisto de cualquier intento que tenga que ver con hilos y remiendos.
como Herminia, yo tampoco soy Penélope, y no es que no perdone infidelidades ni ausencias de mucho tiempo, no. no soy Penélope porque no sé unir(me) con nada, con nadie.
desde que tengo uso de razón boicoteo mis alegrías, mis amores, mis fiestas, mis vacaciones, mis relaciones. desde que tengo uso de razón la felicidad es un bien lejano al que llego de vez en cuando por accidente, sin buscarlo y cuando parece que estoy a medio milímetro de conseguirla:
puff
se esfuma, desaparece, o soy yo quien la aleja, la rompe, la deshila...
soy muy insegura, lo sé.
hoy no estás, no has estado en los últimos días aunque sí hemos estado juntos, aunque sí hemos platicado y hemos compartido algunas cosas... tú sabes lo que digo... no estás, no has estado y algo como angustia va trepando por mis tobillos como si hiedra, fondeando mi tranquilidad con el desasociego...
sábado, junio 26, 2010
miércoles, junio 23, 2010
sabores infantiles
Ayer, cuando regresábamos de donde anduvimos y me contabas con tu sonrisa de ayer de los dulces, las frutas y las recetas de cocina que tu mamá te preparaba cuando niño; mis sentidos se abrieron y la memoria se estiró mucho... y tanto que de tu mano me fui caminando de regreso a otros tiempos cuando podía comer de todo y todo tenía otro sabor...
quizá uno de los primeros sabores infantiles fue el de la guayaba. No sé si era coincidencia o destino, pero muchas de las casas de providencia en sus patios o jardines tenían árboles frutales y en casi todas había un guayabo. Las vecinas llegaban a mi casa con sus bolsitas llenas de guayabas "Rosita, te traigo del árbol..." y mi mamá les recibía las bolsitas, las invitaba a pasar, se tomaba un café actualizándose de la vida íntima de las muchas amigas que tenía entonces y mal salía una cuando llegaba la otra con su bolsita y su "Rosita, cómo estás, mira, te traje..." y el olor de la guayaba impregnaba la cocina, el refri y entonces creo que me gustaba porque mi mamá todo lo preparaba de guayaba: el agua fresca, el ate, el guayabate, sandwiches de guayabate, lonches de guayabate, ate de guayaba con queso adobera, atole de guayaba, tamales de guayaba. Junto con las guayabas estaban las naranja-limas que se daban en el árbol al fondo del jardín (antes de que lo secara la bugambilia). Recuerdo muchas tardes bajo aquella lima, sentada sobre el pasto pelando y comiendo naranja-limas antes de que Rosita nos llamara adentro para hacer la tarea.
En la escuela había otros gustos: los bolis de "coca" de "don bolis", el paletero al que le permitían entrar a la escuela y hacer vendimia. Las gorditas rellenas de guiso de la esquina de Alfredo R. Placencia y Garibaldi, que les encargábamos a las madres abnegadas que iban a hacer guardia afuera de la primaria durante los recreos para ver si a sus niños no se les ofrecía algo; los lonches de la tiendita de la primaria, con muchísima crema, una rebanada de jamón "de china" (porque podíamos ver a través de la carne lo que había del otro lado), cebolla y chiles jalapeños; acompañados por un "barrilito" de mandarina... Incluso aquella promiscuidad de sandwiches y lonches que se daba en el salón antes de salir a recreo. Rosita siempre se preocupó de la alimentación de sus niñas y nos mandaba a Mónica y a mí, con fruta, sandwich de jamón o huevo frito, gelatina y agua fresca; mismos que intercambiábamos por lonches de chilaquiles o de frijoles. O si no había de otra los vendíamos en el recreo para comprarnos algo menos sano y más sabroso.
Más grandecita conocimos Soyatlán del Oro y nos enamoramos de todo lo que en ese pueblo había... sobre todo de la comida. Pronto aprendimos que si afuera de una casa colgaban una bandera roja por la mañana ésta indicaba que al medio día habría carnitas y chicharrones. Me acuerdo que poquito antes de las 12 nos íbamos con doña Concha para pedirle tortillas recién hechas, nos hacía un itacate con 4 o 6 tortillas y de ahí directitas a "la casa de la bandera" para comer tacos de moruzas de chicharrón con salsa de jitomate y sal de grano. Salíamos de ahí y, como si fuera la visita a los 7 templos, nos íbamos de casa en casa, escuchando la radionovela que todas las señoras escuchaban a la una de la tarde mientras preparaban la comida o sacaban los quesos y las panelas para ponerlas sobre la mesa y recibir a quien llegara. Cómo y cuánto comimos... porque aunque quedábamos satisfechas después de tanto comer, mal daban las 5 de la tarde cuando corríamos a la tienda de Lancho o de don Manuelito Jiménez y ahí comprábamos cualquier cantidad de dulces y pinole para lo que quedara de tarde...
Ayer, cuando veníamos de regreso de donde anduvimos, hiciste que recordara los sabores que llenaron mis días de niña, días que no puedo contar en primera persona porque éramos dos, mi hermana y yo, quienes descubrimos y disfrutamos de todo lo que ahora podríamos reúsarnos a probar nuevamente.
quizá uno de los primeros sabores infantiles fue el de la guayaba. No sé si era coincidencia o destino, pero muchas de las casas de providencia en sus patios o jardines tenían árboles frutales y en casi todas había un guayabo. Las vecinas llegaban a mi casa con sus bolsitas llenas de guayabas "Rosita, te traigo del árbol..." y mi mamá les recibía las bolsitas, las invitaba a pasar, se tomaba un café actualizándose de la vida íntima de las muchas amigas que tenía entonces y mal salía una cuando llegaba la otra con su bolsita y su "Rosita, cómo estás, mira, te traje..." y el olor de la guayaba impregnaba la cocina, el refri y entonces creo que me gustaba porque mi mamá todo lo preparaba de guayaba: el agua fresca, el ate, el guayabate, sandwiches de guayabate, lonches de guayabate, ate de guayaba con queso adobera, atole de guayaba, tamales de guayaba. Junto con las guayabas estaban las naranja-limas que se daban en el árbol al fondo del jardín (antes de que lo secara la bugambilia). Recuerdo muchas tardes bajo aquella lima, sentada sobre el pasto pelando y comiendo naranja-limas antes de que Rosita nos llamara adentro para hacer la tarea.
En la escuela había otros gustos: los bolis de "coca" de "don bolis", el paletero al que le permitían entrar a la escuela y hacer vendimia. Las gorditas rellenas de guiso de la esquina de Alfredo R. Placencia y Garibaldi, que les encargábamos a las madres abnegadas que iban a hacer guardia afuera de la primaria durante los recreos para ver si a sus niños no se les ofrecía algo; los lonches de la tiendita de la primaria, con muchísima crema, una rebanada de jamón "de china" (porque podíamos ver a través de la carne lo que había del otro lado), cebolla y chiles jalapeños; acompañados por un "barrilito" de mandarina... Incluso aquella promiscuidad de sandwiches y lonches que se daba en el salón antes de salir a recreo. Rosita siempre se preocupó de la alimentación de sus niñas y nos mandaba a Mónica y a mí, con fruta, sandwich de jamón o huevo frito, gelatina y agua fresca; mismos que intercambiábamos por lonches de chilaquiles o de frijoles. O si no había de otra los vendíamos en el recreo para comprarnos algo menos sano y más sabroso.
Más grandecita conocimos Soyatlán del Oro y nos enamoramos de todo lo que en ese pueblo había... sobre todo de la comida. Pronto aprendimos que si afuera de una casa colgaban una bandera roja por la mañana ésta indicaba que al medio día habría carnitas y chicharrones. Me acuerdo que poquito antes de las 12 nos íbamos con doña Concha para pedirle tortillas recién hechas, nos hacía un itacate con 4 o 6 tortillas y de ahí directitas a "la casa de la bandera" para comer tacos de moruzas de chicharrón con salsa de jitomate y sal de grano. Salíamos de ahí y, como si fuera la visita a los 7 templos, nos íbamos de casa en casa, escuchando la radionovela que todas las señoras escuchaban a la una de la tarde mientras preparaban la comida o sacaban los quesos y las panelas para ponerlas sobre la mesa y recibir a quien llegara. Cómo y cuánto comimos... porque aunque quedábamos satisfechas después de tanto comer, mal daban las 5 de la tarde cuando corríamos a la tienda de Lancho o de don Manuelito Jiménez y ahí comprábamos cualquier cantidad de dulces y pinole para lo que quedara de tarde...
Ayer, cuando veníamos de regreso de donde anduvimos, hiciste que recordara los sabores que llenaron mis días de niña, días que no puedo contar en primera persona porque éramos dos, mi hermana y yo, quienes descubrimos y disfrutamos de todo lo que ahora podríamos reúsarnos a probar nuevamente.
lunes, junio 21, 2010
Hipotiroidismo
una enfermedad curiosa, floja, adormilada. una enfermedad que provoca intolerancia climática, picos en el carácter, cansancio crónico, menopausia prematura, depresión, sobrepeso, somnolencia...
El hipotiroidismo es una disfunción de la glandula tiroides, que todos tenemos en el cuello, y que por alguna razón que desconozco empieza a trabajar más lentamente volviendo loco al metabolismo... eso de loco es un decir, más bien le baja las pilas a niveles insoportables.
Aparentemente el problema conmigo empezó hace más de dos años, cuando empezaron a medicarme por depresión. Visitas al psicòlogo (magnífico), medicamentos, consejos y libros no fueron suficientes para "curarme" la depre. Meses después del primer diagnóstico, nuevos exámenes hicieron sospechar a la doctora que podría estar padeciendo de menopausia prematura; sugirió hormonas y los medicamentos para la depresión, que tomé religiosamente por varios meses hasta que...
Después de casi un año de idas y venidas, alguien sugirió que podría ser hipotiroidismo. Me mandaron hacer los estudios et voilá le atinaron. Desde entonces los medicamentos son distintos, las indicaciones fueron diferentes, y entre otras cosas se descartó que mi nostalgia provenga de problemas domésticos o conflictos amorosos. Mi tristeza y mi intolerancia, aparentemente, son una consecuencia directa de una glándula que no está funcionando como debiera.
No sé si alegrarme o nostalgiarme aún más por saber que mi carácter ha sido víctima de un cachito de carne y sangre dentro de mi cuello y no de algún tipo de tristeza decadente, interesantísima, digna de un estudio psiquiátrico.
Una vez más, mi vida es tan tranquila que mis cuitas están controladas por la tiroides... damn.
Mañana vuelve a empezar la peregrinación por análisis, estudios y citas médicas. Voy casi resignada a escuchar que seré una mujer feliz, normal, tranquila, apacible, cool.
Cualquier reclamo a este respecto, favor de hacerlo llegar al IMSS-Jalisco.
El hipotiroidismo es una disfunción de la glandula tiroides, que todos tenemos en el cuello, y que por alguna razón que desconozco empieza a trabajar más lentamente volviendo loco al metabolismo... eso de loco es un decir, más bien le baja las pilas a niveles insoportables.
Aparentemente el problema conmigo empezó hace más de dos años, cuando empezaron a medicarme por depresión. Visitas al psicòlogo (magnífico), medicamentos, consejos y libros no fueron suficientes para "curarme" la depre. Meses después del primer diagnóstico, nuevos exámenes hicieron sospechar a la doctora que podría estar padeciendo de menopausia prematura; sugirió hormonas y los medicamentos para la depresión, que tomé religiosamente por varios meses hasta que...
Después de casi un año de idas y venidas, alguien sugirió que podría ser hipotiroidismo. Me mandaron hacer los estudios et voilá le atinaron. Desde entonces los medicamentos son distintos, las indicaciones fueron diferentes, y entre otras cosas se descartó que mi nostalgia provenga de problemas domésticos o conflictos amorosos. Mi tristeza y mi intolerancia, aparentemente, son una consecuencia directa de una glándula que no está funcionando como debiera.
No sé si alegrarme o nostalgiarme aún más por saber que mi carácter ha sido víctima de un cachito de carne y sangre dentro de mi cuello y no de algún tipo de tristeza decadente, interesantísima, digna de un estudio psiquiátrico.
Una vez más, mi vida es tan tranquila que mis cuitas están controladas por la tiroides... damn.
Mañana vuelve a empezar la peregrinación por análisis, estudios y citas médicas. Voy casi resignada a escuchar que seré una mujer feliz, normal, tranquila, apacible, cool.
Cualquier reclamo a este respecto, favor de hacerlo llegar al IMSS-Jalisco.
viernes, junio 18, 2010
lluvia
podría encontrar varios sinónimos para la lluvia: nostalgia, dolor en el tobillo, café, manta, casa, refugio, recuerdo, temor, bienestar, cama, sueño, Hammond, Providencia, gotera. No ha dejado de llover en los últimos días. No me molesta (salvo el dolor en el tobillo que me acompañará hasta el fin de mis días), de hecho me gusta ser testigo, una vez más, del paso del tiempo.
Hablo de tiempo y es tan relativo... ayer me quejaba del calor tan terrible que me agobia las ideas y hoy ni siquiera he pensado encender el ventilador. Ayer me dolía una idea y hoy quiero creer que los piensos y los sientos vuelven a su cauce normal pero distintos.
Me gusta la lluvia, pero no las tormentas. La lluvia me ayuda a relajarme, creo que hasta duermo mejor. Las tormentas me alteran. Si hay rayos y truenos soy yo quien acude a la cama de mi niña y me quedo quietecita a su lado, no sin cierta vergüenza por ser yo quien sale a buscar su abrigo y no a la inversa.
Estoy esperando la lluvia. Quizá esta noche no llegará como quisiera, puntual, precisa, íntima. Quizá se tome su tiempo, como buen amante. Tiempo para observar y saberse observada. Tiempo, hacerse desear.
Ven lluvia, suavecita, quietita, ven, arrúllame que hoy mis letras son tristísimas sin ti, sin el portugués, sin un soneto que pudiera decirle la falta que le hará a mis piensos.
Allá abajo, en la calle, pasos presurosos, risas jóvenes y voces niñas ignoran lo que invento y pienso y siento... imposible que sepan cuánto los envidio en su risa y en su juventud y que quisiera volver el tiempo una semana, nada más, volver a ser la niña de tus ojos, volverte a sonreír y soñar que soy mejor contigo.
lunes, junio 14, 2010
seis meses depués
dicen que el enamoramiento desaparece a los seis meses de conocer a la persona que nos hace cambiar el rumbo. Cuando una se da cuenta de que la persona de quien se dice enamorada empieza a ser un humano. Después de seis meses pasan muchas cosas: el ser amado se vuelve real y aquel halo de perfección que nos deslumbró en un principio se va apagando, diluyendo...
¿y qué pasa si esto no sucede?, ¿qué pasa si en vez de perder ese brillo o aún perdiéndolo, la persona se hace más fuerte, más importante a nuestros ojos?, ¿se puede hablar de amor, entonces?, ¿hemos pasado de la arena de la seducción y las mariposas para entrar en el tortuoso y en ocasiones difícil camino del amor?, ¿qué es el amor, entonces?, ¿dejar de sentir el aleteo en el estómago, la emoción?, ¿o seleccionar las emociones que nos harán vibrar de verdad?
¿qué pasa cuando detalles insignificantes como un paseo en el carro, una conversación intrascendente, una sonrisa o una caricia disimulada se vuelve, en lenguaje taurino, la faena de la tarde?
No soy buena manejando mis emociones. Nunca lo he sido. Esta tarde escuché en la voz de un psicoanalista que las personas impulsivas son las menos reflexivas y la irreflexión es consecuencia de la carencia del lenguaje. Pero yo hablo y hablo, escribo y escribo y pienso y pienso lo que puedo decir o lo que no tengo que decir pero, a veces, la riego... y la riego bien bonito.
No vivo con la persona que me desvela mientras intento descifrar sus palabras, o sus miradas, sus sonrisas o el entrelineado de sus historias. Mis momentos con esa persona se reducen a uno o dos encuentros en la semana, uno sólo para nosotros, el otro lo compartimos, pero siempre hay un momento en el que sólo nos tenemos a nosotros y son esos momentos los que me acompañan durante la semana para seguir pensando que le significo algo más de lo que los demás ven en mi.
Hoy fue uno de esos días en que debí pensar antes de hablar. Ser una mujer madura, independiente, fuerte, sonriente al desastre más bello. Comprender con la madurez requerida en estos casos que no hay códigos ocultos, que no hay entrelíneas, que las cosas son como son: claras, sin misterios, no hay un lenguaje exclusivo.
¿estoy en una ilusión?, ¿veo lo que no es?, ¿siento lo que no existe?, ¿camino, pienso y hablo de lo que no sé ni tengo la más remota idea?
tal vez no sea el mejor tema para retomar este diario de vuelo, pero hoy, precisamente hoy, me gustaría sumergirme en un estanque y vivir bajo el agua los próximos 3 años o ya de perdis hasta que pase la lluvia, hasta que salga el sol otra vez.
¿y qué pasa si esto no sucede?, ¿qué pasa si en vez de perder ese brillo o aún perdiéndolo, la persona se hace más fuerte, más importante a nuestros ojos?, ¿se puede hablar de amor, entonces?, ¿hemos pasado de la arena de la seducción y las mariposas para entrar en el tortuoso y en ocasiones difícil camino del amor?, ¿qué es el amor, entonces?, ¿dejar de sentir el aleteo en el estómago, la emoción?, ¿o seleccionar las emociones que nos harán vibrar de verdad?
¿qué pasa cuando detalles insignificantes como un paseo en el carro, una conversación intrascendente, una sonrisa o una caricia disimulada se vuelve, en lenguaje taurino, la faena de la tarde?
No soy buena manejando mis emociones. Nunca lo he sido. Esta tarde escuché en la voz de un psicoanalista que las personas impulsivas son las menos reflexivas y la irreflexión es consecuencia de la carencia del lenguaje. Pero yo hablo y hablo, escribo y escribo y pienso y pienso lo que puedo decir o lo que no tengo que decir pero, a veces, la riego... y la riego bien bonito.
No vivo con la persona que me desvela mientras intento descifrar sus palabras, o sus miradas, sus sonrisas o el entrelineado de sus historias. Mis momentos con esa persona se reducen a uno o dos encuentros en la semana, uno sólo para nosotros, el otro lo compartimos, pero siempre hay un momento en el que sólo nos tenemos a nosotros y son esos momentos los que me acompañan durante la semana para seguir pensando que le significo algo más de lo que los demás ven en mi.
Hoy fue uno de esos días en que debí pensar antes de hablar. Ser una mujer madura, independiente, fuerte, sonriente al desastre más bello. Comprender con la madurez requerida en estos casos que no hay códigos ocultos, que no hay entrelíneas, que las cosas son como son: claras, sin misterios, no hay un lenguaje exclusivo.
¿estoy en una ilusión?, ¿veo lo que no es?, ¿siento lo que no existe?, ¿camino, pienso y hablo de lo que no sé ni tengo la más remota idea?
tal vez no sea el mejor tema para retomar este diario de vuelo, pero hoy, precisamente hoy, me gustaría sumergirme en un estanque y vivir bajo el agua los próximos 3 años o ya de perdis hasta que pase la lluvia, hasta que salga el sol otra vez.
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