Es como sentirme rara. No porque me sienta incapaz de escribir otra cosa desligada del erotismo, pero después de Camilo y su historia mágica alrededor de los libros, me he empeñado en exorcisar al demoniolujuria que llevo dentro, escribiendo, escribiendo, escribiendo....
Camino por la ciudad. Hace mucho que no recorro sus calles como ahora, con tiempo. He estado en-ce-rra-da. Viviendo en la burbúja del bienestar y la seguridad emocional y mental, esa que se traduce en crimen de la vida, un crimen perfecto, lento, disfrazado de sonrisas y complacencias que en apariencia no lastiman, no destrozan, no hieren... pero que matan el instinto de la sobrevivencia, el serjungla que no debería de abandonarnos para seguir cazándonos a nosotros mismos. Que es tan vil o tan dulce, com todo o casi todo. Circulo por la ciudad. Algunos personajes asfaltados me descubren. Son casi fantásticos, como la mujer de fuego en la esquina de Avenida de las Rosas y Mariano Otero. Pequeña, con las puntas del cabello quemadas, los ojos como capulines y la ropa queriendo ser tan negra como sus ojos. De sus manos como queriendo alcanzar mis ojos o el cielo, dos extensiones con fuego. Baile sin música de las llamas. Ahora pasan sobre su cabeza para perderse tras su espalda por un segundo y retomar la circunferencia no trazada bajo sus pies. Me siento, me reconozco hipnotizada, transportada. Pienso en aquella guía tristísima de París (1), cuando me encontré tras un cristal observando a un pareja haciendo el amor, ella gimiendo, el mosqueado por el espejo tan grande, ella convenciéndolo que así era más excitante, que podía ver todo su cuerpo arquearse, pegarse al de él que se debatía en besarla entre los senos y ver la línea de su cuerpo (el de él) en el espejo. Mujer manos de fuego transportada (o tal vez yo) a esa antigua imagen de papel y sueños, en donde dos fueron tres. Frente a mis ojos, detrás del espejo, sobre el asfalto, la mujer manos de fuego en su artilugio. Besar la llama, apagarla y sonriendo ir pidiendo por el sueño/espectáculo. Sacar la moneda por la ventanilla, sonreír de regreso y el rojo se hace verde. Soltar el freno, acelerar un poco y tomar Mariano Otero rumbo al norte.
Conducir imaginando la línea que divide el carril que viene, el otro que va, concentrarme. Conectarme con el lugar a donde voy, visualizar Avenida Chapultepec a las 7 de la tarde, lucecitas, cafeterías, tráfico, mucho tráfico... pero no importa, llegaré a Pedro Moreno para dar vuelta a la derecha y empezaré a relajarme, pero mientras... Mientras está bajar el paso a desnivel, un tren pasa más arriba, con su ruido lento, cansado, pienso en Iliana, en Jorge gritando "chuchu-train", sonrío por los dos. Sigo sin ver las líneas que dividen los carriles, mentada de madre silenciosa a la Secretaría de Vialidad, al gobierno municipal, adivinar, tanteando que casi en el extremo derecho podré agarrar sin problemas Chapultepec, el monumentoalosniñosheroes, iluminado (¿a quién se le ocurriría que esa mole de ladrillos era candidata para lucirse?), tomar avenida Chapultepec sin complicaciones a 30 km/hr, cuidando la distancia con el carrito de adelante, haciéndome chiquita cuando paso junto al rugir de los camiones furiosos que van peleando llegar antes, tomar más pasaje, detenerse menos en las bajadas, paso La Paz, me siento más cerca, semáforo en rojo en Avenida Vallarta.
Es la primera vez que me detengo desde que di vuelta en Las Rosas. Sonrío, el limpiaparabrizas me devuelve la sonrisa y se apura sobre el cristal, lo detengo a una seña de mi mano, deja de sonreír, pasa junto a mi puerta y recuerdo que no he puesto el seguro. Muevo mi brazo, con el codo acciono la "seguridad" que me da el no poder abrir la puerta, aunque podría ser un cristalazo, un balazo... me estremesco. Busco distracción, la pantalla en la esquina noroeste con publicidad cintilante; me gusta la vista, casi cosmopolita, dejo de sentirme en un pueblototote de 4 avenidas y decido que mi ciudad es grande, moderna, bonita y estoy en el recuento de bondades y gracias cuando me siento observada, volteo sobre mi hombro derecho y me encuentro con lo que podrían ser sus ojos detrás de una barba de muchos años y una chamarra de color indescriptible. Es un indigente. ¿Hace cuánto me observa?, ¿por qué no lo ví antes?, ¿la belleza oculta la fealdad o es lo feo lo que hace que lo bello brille con más fuerza?, El indigente no puede saber lo que pienso, tal vez no le interesa. Él está ahí, sentado en primera fila, viendo pasar la vida, viendo la publicidad de artículos que tal vez nunca comprará, escuchando el ruido de los motores calentándose, ruido como de tripas con hambre, incómodos, como mi incomodidad mal disimulada al sentirme observada por una realidad a la que continuamente le saco la vuelta.
Por fin la luz verde, encender la direccional. En la siguiente esquina doy vuelta. Me gusta Pedro Moreno que tampoco tiene líneas, pero ahí sólo tienes que cuidarte de la 629 que vaya por su carril. Vuelve el pensamiento reconfortante. Guadalajara bonita, tranquila, voy camino a la presentación de un libro fantástico. Me siento un personaje y luego me corrijo, no soy tanto. Mis cuentos son eróticos y este no es un cuento erótico, aunque de momento recuerdo a la mujer de fuego en Mariano Otero y sus ojos de araña capulina tendiendo su red-trampa invisible y mortal sobre mis sentidos y quiero sucumbir, hacerle un cuento, desarrollarla, compartirme con ella, convertirme en una mujer con dedos de fuego, hipnotizarte, mírame bien, soy la misma en otro cuerpo, mis dedos de fuego calentarán tu vientre, la cara oculta de tus muslos, tus ideas... Pero esto no es un cuento. Tampoco es un cuento erótico...
(1) BRYCE-ECHENIQUE, Alfredo. Guía triste de París. Alfaguara, 2000.
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2 comentarios:
Me quedé absorto mirando ese aparador viviente. Después me perdí por las calles de una ciudad que bien a bien no he podido acabar de conocer. Entonces regresé al aparador.
Gracias por la sonrisa, por el recuerdo. Tengo claro que tu viaje es fascinante, melancólico, y que es también búsqueda de tupordentro. Siempre he dicho que los trenes te regresarán al origen. Bravo.
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