martes, junio 13, 2006

Amaneciendo con la Princesa de los Rizos Furiosos


Una mañana cualquiera, la Princesa de los Rizos Furiosos se despertó molesta. Como siempre que se despierta cuando no quiere despertarse, comenzó con una larga lista de monosílabos inconexos entre quejidos y lamentos que le dolerían al más duro de los gnomos. La Princesa de los Rizos Furiosos no sabe todavía distinguir sus dolores, sus molestias. Aquella mañana no fue la excepción: sin abrir siquiera los ojos, tanteó sobre su cama cubierta de algodón crudo, alcanzó a su perro, lo abrazó casi hasta estrangularlo y lo pasó por debajo de su cuerpo, como si intentara protegerlo. Mientras, aullaba a la luna ya oculta en el lento inicio del día, como si deseara que ella le diera alivio al dolor que sentía; o bien, que regresara el tiempo y le permitiera seguir durmiendo cobijada bajo un manto de estrellas que brillan ante el más leve indicio de luz natural o artificial.

--Mi princesa amaneció molesta-- Es la voz de la mamá de la princesa tan pronto escucha el debate de lamentos, monosílabos y quejidos --¿acaso querrá un chocomilk grandototote?--

-- Sí, mamá, uno para mí, otro para perro, otro para Nono, otro para Noni, otro para tus tías, otro para el lobo...--

--¿Los lobos toman chocomilk?--

--Sí, y los elefantes y los cocodrilos y los ratones... pero las cucarachas no, eh?, a las cucarachas no les gusta el chocomilk.

Ante la convicción de lo antes descrito y después de poner en marcha la dósis necesaria de razones y motivos por los cuáles hay que levantarse y vestirse para ir a la escuela; la mamá de la Princesa se dirige a preparar los chocomiles previstos.

Una vez en fuera de la casa y antes de subirse a su carro, la Princesa hace la última advertencia antes de que su Nono cierre la puerta tras de él.

--Cuidado, Nono!, vas a machucarle la cola al elefante, ¿no lo ves?--

--Oh, Perdóne usted, señorita, qué descuidado soy...-- y el Nono deja que salga tranquilo el elefante y todavía espera un poco más, no sea que en un descuido los ratones se queden encerrados en la casa.

Desde mi ventana veo cómo se suben al carro, por fin la Princesa va feliz a la escuela. Mientras se alejan, noto que el carro parece ir más pesado, más lento que de costumbre... pienso que podría ser oportuno el comprar próximamente una camioneta, una troca, o un tren cargado de papas y refrescos, como el que me dijo la Princesa de los Rizos Furiosos que pasa por la granja.

1 comentario:

Ernesto Rodsan dijo...

ah mi mostra! Muy padre, quien tuviera los ojos como de niño para permitirse "ver". La camioneta se hará necesarísima pronto.
Animos mi mostra y que bueno que hayas vuelto a escribir