Para mi Inge adorado, por ser el cimiento de lo que soy ahora.
Todavía tengo grabada en mi memoria, la noche en que conocí el contenido del primer libro de mi vida. Regresamos de un paseo en el campo, por supuesto un domingo; después del regaderazo y la cena correspondientes, mi papá nos llevó a mi hermana y a mí a la sala, y con una solemnidad que todavía conserva cuando se trata de situaciones trascendentales, comenzó a leernos el cuento de El Fantasma de Canterville. Ese fue mi primer libro, o al menos, el primer contacto con un libro.
Creo que me quedé tan impresionada con la historia del fantasma y la vieja casona que enredando un poco mi imaginación con las historias orales que nos contaba mi abuelo, el español, el único abuelo al que conocí; mi interés por las casas antiguas, por los castillos, fue in crecendo, hasta que, después de varias semanas de ahorrar los domingos que reunía de mi papá, padrino, tíos, etc., conseguí comprar mi primer libro "Castillos Europeos", más que informativo era ilustrativo, no?, esos libros de gran formato con fotografías de castillos al amanecer, al mediodía, al atardecer y que a los dos meses pasó a mejor vida entre las fauces de "Linda", la Samolledo de la familia.
Luego, cuando se dieron cuenta de que me interesaba eso que le dicen "leer", mi papá me siguió regalando libros, hasta que llegó a mis manos una colección de relatos fantásticos compilados por Edmundo Valadés; empecé a leerlos casi sin ganas, la ciencia ficción nunca ha sido mi tema favorito, sin embargo, leí hasta que me encontré con Cortázar y su página asesina, un pequeño cuento de a penas 3 cuartillas que me ASUSTÓ tanto que tiré el libro tras el librero con la firme intención de no volver a abrir ningún otro libro por el resto de mi vida. Afortunadamente, a los pocos meses mi padre me preguntó como iba con los cuentos fantásticos y le comenté el incidente, con paciencia de hombre sabio, mi padre movió el librero, rescató el libro y fue hacia el terrorífico cuento. Lo leyó, sonrió, me besó en la frente y me llevó a su biblioteca: tomó un libro al azar y abriéndolo en la primera página me dijo: "¿ya viste?, aquí hay una página en blanco" casi grito al darme cuenta de que, en efecto, había dado con la página asesina de Cortázar y según la predicción, estaría muerto antes de las 3 de la tarde del siguiente día. Sacó otro libro de otro entrepaño "mira, aquí hay otra", la expresión en mi rostro pasó del terror al desconcierto, hasta que un sentimiento muy parecido a la vergüenza, inundó mi rostro, sintiéndome ridícula ante la aclaración de mi padre "en todos los libros, al menos los bien hechos, siempre habrá una o dos páginas en blanco, al principio o al final". Casi me pongo a llorar --de hecho la lloradera es algo que se me da con singular facilidad, sobre todo cuando me veo cercada por el ridículo--. Mi papá me dejó sola en la biblioteca, ya dije que es un hombre sabio y entendió que ante el ridículo poco o nada se puede hacer, al menos yo así lo entendí, hasta que al llegar la noche, fui a mi recámara y sobre mi cama había una notita escrita por mi papá que decía: "Ojalá Julio C. te hubiera conocido, estoy seguro de que te hubiera nombrado su lectora favorita. Gracias por imaginar tan fielmente. JH".
Todavía tengo grabada en mi memoria, la noche en que conocí el contenido del primer libro de mi vida. Regresamos de un paseo en el campo, por supuesto un domingo; después del regaderazo y la cena correspondientes, mi papá nos llevó a mi hermana y a mí a la sala, y con una solemnidad que todavía conserva cuando se trata de situaciones trascendentales, comenzó a leernos el cuento de El Fantasma de Canterville. Ese fue mi primer libro, o al menos, el primer contacto con un libro.
Creo que me quedé tan impresionada con la historia del fantasma y la vieja casona que enredando un poco mi imaginación con las historias orales que nos contaba mi abuelo, el español, el único abuelo al que conocí; mi interés por las casas antiguas, por los castillos, fue in crecendo, hasta que, después de varias semanas de ahorrar los domingos que reunía de mi papá, padrino, tíos, etc., conseguí comprar mi primer libro "Castillos Europeos", más que informativo era ilustrativo, no?, esos libros de gran formato con fotografías de castillos al amanecer, al mediodía, al atardecer y que a los dos meses pasó a mejor vida entre las fauces de "Linda", la Samolledo de la familia.
Luego, cuando se dieron cuenta de que me interesaba eso que le dicen "leer", mi papá me siguió regalando libros, hasta que llegó a mis manos una colección de relatos fantásticos compilados por Edmundo Valadés; empecé a leerlos casi sin ganas, la ciencia ficción nunca ha sido mi tema favorito, sin embargo, leí hasta que me encontré con Cortázar y su página asesina, un pequeño cuento de a penas 3 cuartillas que me ASUSTÓ tanto que tiré el libro tras el librero con la firme intención de no volver a abrir ningún otro libro por el resto de mi vida. Afortunadamente, a los pocos meses mi padre me preguntó como iba con los cuentos fantásticos y le comenté el incidente, con paciencia de hombre sabio, mi padre movió el librero, rescató el libro y fue hacia el terrorífico cuento. Lo leyó, sonrió, me besó en la frente y me llevó a su biblioteca: tomó un libro al azar y abriéndolo en la primera página me dijo: "¿ya viste?, aquí hay una página en blanco" casi grito al darme cuenta de que, en efecto, había dado con la página asesina de Cortázar y según la predicción, estaría muerto antes de las 3 de la tarde del siguiente día. Sacó otro libro de otro entrepaño "mira, aquí hay otra", la expresión en mi rostro pasó del terror al desconcierto, hasta que un sentimiento muy parecido a la vergüenza, inundó mi rostro, sintiéndome ridícula ante la aclaración de mi padre "en todos los libros, al menos los bien hechos, siempre habrá una o dos páginas en blanco, al principio o al final". Casi me pongo a llorar --de hecho la lloradera es algo que se me da con singular facilidad, sobre todo cuando me veo cercada por el ridículo--. Mi papá me dejó sola en la biblioteca, ya dije que es un hombre sabio y entendió que ante el ridículo poco o nada se puede hacer, al menos yo así lo entendí, hasta que al llegar la noche, fui a mi recámara y sobre mi cama había una notita escrita por mi papá que decía: "Ojalá Julio C. te hubiera conocido, estoy seguro de que te hubiera nombrado su lectora favorita. Gracias por imaginar tan fielmente. JH".
Salvo el libro que se devoró Linda, el primero que compré en mi vida y que no supe salvar de las fauces de aquella can tan blanca que encandilaba la vista, los otros dos todavía ocupan un lugar privilegiado dentro de mi pequeña biblioteca particular. El Fantasma de Canterville, es parte de una magnífica selección de cuentos y novelas de Oscar Wilde, editada por Aguilar en 1963, encuadernada en piel, libro con olor a viejo, con manchas de tabaco y café, con mugre en sus orillas, pero nunca el polvo necesario para sentirse olvidado. El otro, la compilación de cuentos fantásticos, es una edición bastante primitiva del Fondo de Cultura Económica, 1981, papel reseco, de muy mala calidad, que pocas veces saco del librero para no lastimarlo, para no provocar la precipitación del final que en algún momento tendrá.
Estos son mis primeros libros, los que me abrieron los ojos, los que me hicieron pensar en algún momento de mi infancia, si cuando los cerraba no se cambiarían las letras de lugar y harían un nuevo cuento, una nueva historia... qué pasa cuando cerramos los libros, cuando nos vamos a dormir con la sensación de haber vivido una historia que nos corresponde tanto como al que la escribió, con sus lágrimas, sus risas, sus piensos... reflexiones de niña que durante el día esperaba que llegara la noche para poder leer bajo las cobijas, con la linternita --para no molestar el sueño de la hermana en la cama de junto-- y que se dormía con dos o tres libros, por si las moscas, por si acaso el insomnio, la duda, las ganas.
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