Para Héctor, por hacerme tantas preguntas.
Me preguntas cómo es la piel de un hada y un sin fin de adjetivos se me van acumulando tras la lengua, en la garganta, todos ellos vienen de mi cerebro, mis pulmones, mis latidos… ¿cómo tú, con tu experiencia de vida, con tantos años y pasos andados, no sabes todavía cómo es la piel de un hada?, la piel de hada se cubre durante el día de rayos de sol y motas de algodón, a veces de hilos de seda… también se protege con cinismo –¿quién dijo que las hadas eran de miel y uvas maduras?—maquillaje y unturas que la cuidan de inclemencias poco sensibles, de poco tacto y menos talento. La piel de hada estará siempre sobre la piel de una mujer, no puede ser de otra manera, las dos nacieron de la fantasía, del optimismo, de la risa, de la alegría, por eso se pertenecen la una en la otra. Cuando llega la noche, aquellas que tienen el privilegio de saber que su piel es de hada, aprovechan la oscuridad para despojarse de sus corazas y dejar ese manto de células, montículos y vello –siempre escaso--, resplandecer a la luz de la luna, luna que las acaricia y sabe de sus secretos, de su transparencia, de su fortaleza. La piel de un hada guarda secretos milenarios de otras hadas, de otras risas, de otros llantos. Siempre es suave, pero nunca es débil, la piel de hada tiene la fuerza de muchas pieles, es resistente a caricias forzadas, a besos no sentidos, se niega ante el insensible, el holgazán, el descortés; y se entrega siempre al que se da en la fantasía, en la creación, en el manantial de agua fresca que le llena los besos, la dermis, y vive y revive siempre para recrearse en ella. La piel de hada es enamoradiza y loca, se ríe del amor a marchas forzadas, de tiempo completo, y nada le provoca mayor carcajada que la miseria del calendario, los horarios y los convenios firmados a perpetuidad. La piel de hada es libre y siempre es fiel al que la busca de verdad con auténticas ganas; no pide casi nada a cambio, quizá te pida la risa, la algarabía, el tacto que como cítara la haga vibrar. La piel de hada canta entre risas, entre ideas, entre palabras, su canto arrulla al que puede dormir a su lado y lo cobija con sueños profundos, en donde todo tiene sentido y todo se resuelve. Es procuradora en conceder deseos, siempre que le sean pedidos entre besos y caricias, en voz muy baja, pegadita a su oído, y con el tono que da la indiferencia si no se conceden. La piel de hada es escurridiza, casi nunca permanece en la misma mujer por mucho tiempo, huye de la apatía, de la monotonía y se aburre ante la amargura, la decadencia, el sinsentido. Si una portadora se contamina con estos elementos, la piel de hada se muda en otra adolescente, joven o mujer madura, en donde encuentre la lozanía, la dulzura, la inocencia y la pericia de la mujer que ama o está por amar. Su permanencia en un cuerpo determinado está siempre condicionada a la capacidad festiva del cuerpo de la mujer que elige, y se han dado casos, al menos eso dicen, de mujeres que nacieron y murieron envueltas en ese velo de risa y de sueños, de luz y de canto, que es la piel de un hada.